Diario de León

| En directo | Los arousanos frenan el fuego con cadenas humanas |

Un «Prestige» hecho de llamas

Pueblos enteros se echaron al monte de madrugada, respondiendo al tañido de las campanas, para tratar de parar la destrucción. En la ría funcionó la sociedad civil

Publicado por
Serxio González - vilagarcía
León

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Nadie que ya haya nacido volverá a ver el monte Xiabre, tal y como latía hace apenas 48 horas. Peter Jackson no hubiese necesitado viajar a Nueva Zelanda para recrear el mundo muerto de Mordor. Desde Catoira a Vilagarcía, de Caldas a Bamio, la mole que domina la ría de Arousa no es más que un tizón de torturados esqueletos arbóreos, turba y carbón que dos días antes era madera viva. Lobeira, el pico de leyenda de la reina Urraca; Armenteira, donde el monje Ero se echó a dormir durante siglos; pequeños tesoros que todavía conservaba A Illa... Todo se ha convertido en rescoldos humeantes que desde el fin de semana nublan el cielo. Que ni una sola vivienda haya sido pasto de las llamas, pese a que muchas de ellas quedaron cercadas durante horas, tiene mucho que ver con la movilización general que el fuego desencadenó entre los arousanos. Las estructuras municipales demostraron que, sobre el terreno, funcionan bastante mejor que otro tipo de operativos. Las brigadas de protección civil, las policías locales, incluso alcaldes y concejales peinaron de noche los múltiples focos que devoraban O Salnés. Pero, sobre todo, estuvo la gente. En A Illa, medio millar de personas, vecinos, turistas, se concentraban, a golpe de tañido, para pelear mano a mano contra las llamas. A medianoche, ante la falta de recursos, todo vale. Papeleras, contenedores, cubos, capachos de almejas, los mismos que en el 2002 rebosaban de fuel del Prestige se llenaron de agua para volcarse sobre el fuego. Las campanas alertan La llamada de las campanas sonó en muchos lugares. Cadenas de brazos, empresas que abrían sus puertas para improvisar palas con pedazos de goma y madera, niños de 8 años tratando de imitar a sus padres y hermanos, golpeando pequeños focos con lo que tenían a mano. El arrojo y la desesperación rozaron la temeridad en parroquias como la de Guillán, en Vilagarcía. Una plantación de kiwis y una bodega de albariño, Maior de Mendoza, rodeados, eran defendidos con mangueras y cisternas contratadas por los Barros, hacedores de vinos. «Daniel, ¿dónde vas con mi nieto, que vive allá abajo?». Daniel corría bajo los emparrados, tratando de abrir las bocas de riego antes de que el fuego llegase. Y llegó. A las dos de la mañana saltó la carretera, disparó ráfagas de centellas por todas partes, extendió un humo asfixiante. Muchos no quisieron ser evacuados. «¿Cómo voy a dejar mi casa?». Grupos de chavales esperaban la acometida empuñando ramallos de eucalipto, embozados en pañuelos. ¿Son los de los botellones? Tal vez. Pero, desde luego, solidaridad. Mucha solidaridad. Esto no es gratis. Mucha gente en Arousa sufre las consecuencias de la exposición al calor y el humo. En Vilagarcía, cuatro miembros de protección civil, Busto, José Manuel, Carlos y Avelino tienen la vista arrasada después de más de cincuenta horas de trabajo sin desmayo. Un voluntario lo paga con un parche en uno de sus ojos, quemado. Con el fuego calcinando sus viñas, José Barros se hace preguntas: «¿Cómo no hay una ley forestal gallega, cómo no hay to-mas de agua en las zonas lindantes con el monte, cómo se permite el abandono de fincas que sólo son combustible, cómo no se obliga a talar en torno a las viviendas, cómo no se para a esta gente?». Todos esperan respuestas.

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