El programa de Ana Rosa

Tanto tiene de malo rebozarse en la depresión como morir de éxito. El sentido de la templanza, buen compañero de viaje para según qué alforjas, anda escaso a veces en las casas consistoriales. Y donde ayer cabían loas a Fernando IV, se derramaron a borbotones besamanos figurados a Herrera. Doña Constanza, compañera del rey en el estrado, no recibió una sola flor: Silván, todas las del agradecimiento por el transporte a la demanda recién instaurado. Juan de Benavides apenas fue destinatario de una frase en el escenario, Fernández Carriedo, se volvió partícipe de alabanzas varias por la potabilizadora, el centro de salud, y lo que te rondaré, morena. Del antiguo reino de León, apenas se supo, salvo por los ropajes. Al nuevo de Castilla, hubo tiempo de implorarle hasta la presencia de su presidente para inaugurar la residencia de la Tercera Edad. Siete siglos de espera histórica se ahogaron a la vera del Canal de Villares, bajo los efectos de una tormenta de electoralismo precipitado. La alcaldesa presentó su programa antes de tiempo. Y no era en la tele...