«Alatriste», lo que fuimos, lo que somos
Díaz Yanes recrea con inteligencia y buen gusto las páginas oscuras y crudas de la España del XVII de Pérez Reverte, la de los combates y la soledad del héroe
Hacía tiempo que no me divertía tanto con una película como ocurrió el pasado lunes en Madrid con el pase privado de Alatriste . Cansado estaba de ver superproducciones hollywoodenses en las que nuestra historia era maltratada sin piedad por directores y guionistas que desconocen totalmente su pasado y se aventuran, sin ningún rubor, a plasmar en celuloide algo que les queda tan lejano de su idiosincrasia y de su cultura como a un chimpancé la física cuántica. Si hay algo que agradecer a Agustín Díaz Yanes, es el haber sabido mantenerse firme en ese pulso con Hollywood, sin dejarse arrastrar por la fantasía, el anacronismo y sobre todo por ese afán de querer seguir unas directrices marcadas por los «maestros» anteriores que sólo contaban la historia de España, como una película más de espadachines e intrigas. Alatriste es ante todo un canto a la libertad. Un film de aventuras como mandan los cánones. Ágil, vibrante, con todos los valores añadidos de las novelas de Sabatini, y Dumas, a los que se le ha puesto esas gotas de romanticismo, de guiños a los códigos del honor, a la camaradería, y a esa dicotomía entre el heroísmo y la villanía que no deja de ser otra cosa que la marca de la casa del desencantado capitán de los Tercios Viejos de Flandes que mantiene el honor a pesar de ser un despojo de su glorioso pero caduco pasado. Desde el mismo inicio del filme, Yanes pone las cartas sobre la mesa. Lo que el espectador va a ver va a ser puro cine de acción, pero no del que estamos acostumbrados a ver a la americana, sino una acción meditada, cuidada hasta lo indecible, que no deja nada a la improvisación porque conoce muy bien el oficio de narrar más poético, a base de miradas, gestos, insinuaciones verbales, que el meramente físico, que, por supuesto, también existe y en buenas dosis. Mimo en la realización Cada una de las escenas tiene el sello inconfundible de un realizador que por encima de todo cuida la dirección de actores. Yanes no retrata, disecciona, y si es verdad que el guión, su guión, en algunos momentos parece pasar de soslayo por un intimismo más evocador hacia la figura del protagonista, dejando al espectador el trabajo de averiguar por si mismo, de responder, o de intuir, pequeños detalles que no quedan lo suficientemente explícitos en las imágenes, en cambio trabaja cada escena, cada encuadre, cada movimiento de cámara, cada situación épica, como lo hace un escultor ante la masa informe que debe modelar. Y el resultado es esta metáfora de la desolación, ese canto a la soledad del héroe maltratado por la vida, al que le duele España como al que más pese a ser un desheredado. Viggo Mortensen borda el personaje. Tanto en su manera de adentrarse en él, como en el habla rotunda, susurrante y escueta de quien sabe que las palabras sobran cuando hablan los aceros. Su mirada glauca, firme y serena, sus gestos calmos y rotundos y ese espíritu de lealtad hacia sus compañeros de destino, definen mejor que cualquier relato el sentir del hombre que sabe cual será su destino irrevocable pero que mantiene viva la esperanza de un mañana menos agónico al que España está avocada a vivir en esos momentos. Juan Echanove, sencillamente es Quevedo. Por empaque, gestualidad, manera de decir, de entonar, de afrontar un personaje secundario que podría quedar fácilmente diluido y dotarlo de esa elegancia innata que convierte en axioma de fe lo que solamente es verdad a medias. Ariadna Gil, la hermosa y sensual María de Castro, la amante no correspondida del protagonista, hace que sintamos su sufrimiento y su profunda angustia de forma tan física como si formáramos parte de ese universo contradictorio y movedizo del que forman parte más personajes de los deseados. Elena Anaya (Angélica de Alquézar) y Unax Ugalde, (Iñigo de Balboa) forman la otra pareja de amores no concluidos, que traspasa la pantalla y llega al espectador con fuerza pese a su brevedad y a la poco cuidada vocalización del joven actor. Javier Cámara recrea magistralmente al Conde Duque de Olivares y le otorga una personalidad realmente recia. Pero es Enrico Lo Verso, Gualterio Malatesta, el enemigo de Alatriste, quien mantiene la tensión de forma decisiva y recrea magistralmente a un personaje que jamás olvida y en su mente sólo cabe el cumplir un deseo: acabar con Alatriste. Copons, Eduard Fernández y Francesc Garrido, Saldaña, ambos muy metidos en su papel. La banda sonora de Roque Baños admirable, que se acopla tan perfectamente al filme otorgándole fuerza y brillantez que sería inconcebible sin ella. A destacar la famosa marcha La Madruga de Abel Moreno, que se oye en las escenas finales del filme que no pertenece a Roque Baños pese a tener un gran parecido con ella. Una magnifica película que marcará un antes y un después en la historia del cine histórico.