Diario de León

«Allí nadie va a salvar el mundo»

Voluntarios de León cuentan cómo se vive la experiencia de abrir la mente a culturas nuevas y a la pobreza económica, que no social, de los pueblos olvidados

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Guzmán González - león
León

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El perfil de una persona que abandona la comodidad de un país como España y una ciudad como León para lidiar con los problemas de unos niños en Honduras o unos campesinos en Mozambique resulta, cuando menos, difícil de definir. Reniegan del sambenito de «salvador» y aseguran no están allí para salvar al mundo. En cambio sí se ponen de acuerdo a la hora de definir el prototipo: Persona de mente abierta, con un código ético e imagen de seriedad, con conocimientos e instrucción suficientes para ser algo más que útiles. A lo que hay que añadir una mayor sensibilidad para valorar el día a día. Mas o menos esa es la regla. Mas o menos. Las historias «Están los que viven sin agobios, luego los que tienen más y después los que no llegan y son pobres. Pero hay distintas formas de vivir y otras riquezas a las que los primeros y los segundos no llegan», explica un voluntario con años de batalla sobre sus espaldas. Tamara Cabezas, voluntaria de Sed y Trabajadora Social, pasó un tiempo en Honduras en una casa de acogida de niños de unos 12 años con problemas de afecto y familias desestructuradas. «La gente se cree que a esos países vamos en calidad de enviados a salvar el mundo, pero allí nadie va a salvar el mundo, se va a apoyar y a cooperar». Óscar Martínez, voluntario de Sed y licenciado en Veterinaria que ya ha pasado por Honduras y Mozambique, cuenta su última experiencia en África. «Estuve en una escuela rural, aunque creo que no llegaba ni a rural. Es una zona de Mozambique caracterizada por el campesinado, que cultiva para subsistir, de vez en cuando venden algo, pero lo que siembran es para vivir ellos. Allí no vi problemas de desestructuración familiar pero sí la imposibilidad de acceder a una educación básica. No todo el mundo tiene recursos ni hay plazas para los que buenamente los consiguen. Se trata de favorecer su educación como elemento de desarrollo», explica Óscar. «La gente no abre la mente -sostiene Tamara-, no se paran a pensar más allá del día a día y luego les pilla de sorpresa que, en determinado sitio, el no tener grifos no es un problema y que los problemas son otros. Desde el Norte intentan resolver ésto como lo resolverían para ellos, pero no se dan cuenta de que las cosas hay que hacerlas pensando en los que van a aprovecharse de ellas. Desde la utilidad». «No se puede comprender lo que sucede hasta que no sales de tu casa y te presentas en esos lugares, en ese momento dejas de ver la televisión para ver la realidad. Dejas de ver a personas lejanas, para pasar a vivir con personas con nombre y apellidos. Ésa es la realidad que el Norte ignora, que hay personas como ellos que viven en la pobreza y que mueren de hambre, sí, de hambre, en otros lugares», comenta Óscar, quien añade, con tono de denuncia y levantando un dedo amonestador, que antes «veía esto y culpaba al Norte por esa falta de solidaridad o esa solidaridad de escaparate. Ahora no. Ahora veo que a eso no se le puede llamar solidaridad. Ésta viene desde la igualdad y la más sincera es la que surge desde la pobreza, los que ayudan sin tener nada. Esa es la solidaridad que dignifica». El mensaje que quieren hacer llegar a la sociedad es que faltan manos, que hay que educar, y no sólo en los países pobres, sino aquí, y educar en clave de solidaridad. Romper los tópicos con información y abordar éstos problemas de un modo útil y práctico. Que las administraciones abandonen el oportunismo y obren en consecuencia, pagando lo que prometen. Difícil, sí, pero no por ello menos exigible. Tamara y Óscar, lo mismo que otros amigos que prefieren no aparecer aquí, abogan por desterrar la indiferencia intentando que la gente «piense» y que después de pensar no se eche la siesta, sino que se informe y actúe de acuerdo a lo que su conciencia tenga a bien exigirle.

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