| Crónica | La semana política |
Rajoy demuestra que manda
No era un pulso con Zapatero, como pudiera parecer, sino, sobre todo, con su propio entorno. El sí crítico del PP al envío de tropas a la misión de paz de la ONU en el Líbano fue, más que una victoria del presidente, una afirmación de Mariano Rajoy ante el triple frente que trata de dictarle sus decisiones: el frente mediático, el frente interno de Acebes-Zaplana y el externo de la familia Faes, que, en este caso, recomendaba en sus análisis publicados en la red el no en esa votación. Rajoy dijo «basta» y dirigió el partido en esa delicada votación tal como entendía que debía hacerlo. De haber cedido a la triple presión, habría enviado un mensaje muy confuso a su organización: la radio matutina de los obispos y sus ramificaciones en prensa, la Faes desde el cielo teórico, más el dúo de sus profetas en la Tierra, le dicen al presidente electo y legítimo de los populares lo que tiene que hacer. «El drama de Mariano es que Federico le calienta a su gente de buena mañana y él tiene que dedicarse el resto del día a templarla», sostiene Antonio Hernández Mancha, ex presidente popular. Pero hay más: el no en esa votación habría supuesto un aislamiento internacional del PP sólo comparable al que siguió al referendo de la Otan. Y es que ahora se actúa bajo el paraguas de las Naciones Unidas -a diferencia de la intervención en Irak, sólo am-parada por la foto de las Azores- y se cuenta con el apoyo de los líderes conservadores europeos, entre ellos Angela Merkel y Jacques Chirac. Ra-joy no quiso aislar a su partido como hizo en el episodio de la Otan el entonces presidente de Alianza Popular, Manuel Fraga, atlantista de toda la vida que, aconsejado por la saga más depredadora de la política española, pidió la abstención, traducida en la práctica a un no. Leopoldo Calvo Sotelo, en mayo del 81, tres meses después del intento de golpe de Tejero, metió a España en la Otan. Felipe González, que en la oposición estaba en contra -«La Otan, de entrada, no» era la consigna- no quiso sacarla. Fraga cedió ante el consejo de sus socios democristianos y liberales y descolocó a todos en aquel referendo. El holandés Luns declaró días antes de la votación: «En España parece que se han vuelto locos: la izquierda apoya la continui-dad en la Otan y la derecha atlantista se opone». Tal como pronosticó un alto funcionario del Departamento de Estado a este periodista, Fraga cayó a los pocos meses. Pudo sobrevivir políticamente en Galicia, su Baviera particular, hasta dieciséis años más porque es un caballo de raza. Pero los potros enredadores que lo acompañaban desaparecieron para siempre de la política, empezando por Miguel Herrero y continuando por Óscar Alzaga, Jorge Verstrynge y José Antonio Segurado, personajes que codirigían entonces la derecha española. Rajoy era entonces muy joven, pero ya había presidido la Diputación de Pontevedra, era vicepresidente de la Xunta y tomó buena nota de lo sucedido. «Si Mariano Rajoy se marcha a casa ahora, el PP desaparece», sostiene un miembro de su ejecutiva que pide no ser identificado. En la misma conversación, matiza que «desaparecería este PP, capaz de hacer convivir internamente derecha y centroderecha». A su juicio, «sin Rajoy, el PP resultante se iría peligrosamente hacia la derecha más radical, a menos, que volviera Rodrigo Rato». Así están las cosas. Los adversarios internos de Rajoy y las terminales mediáticas que manejan han ido difundiendo recientemente especies para debilitarlo, tales como que se va después de las municipales y autonómicas, etcétera. Con la decisión de Rajoy en la votación del pasado jueves les devolvió el mensaje al revés: Rajoy manda en el PP. Mientras el PSOE sigue buscando sin éxito alcaldable para la ciudad de Madrid -y bien haría en buscar también candidato para la Comunidad-, el ex alcalde de Barcelona Joan Clos sustituyó ayer a José Montilla. «Asumo el Ministerio de Industria -lo dijo subrayando lo de Industria-, Turismo y Comercio, por lo que desmiento lo que dije ayer [por el viernes]», bro-meaba en medio de su discurso en referencia al supuesto «Ministerio de Justicia, Turismo y Comercio» que citó ante el Rey. Hablaba ante el poder energético, turístico e industrial del país ayer por la mañana, sábado, pero firmes todos en el paseo de la Castellana, con el vicepresidente Solbes como figura invitada. «Procedo de una familia campesina y soy médico especializado en epidemiología en el Reino Unido -aclaró-, por lo que estoy formado en la cultura del esfuerzo y con ese tesón trabajaré aquí». De ministro a bombero Montilla le entregó la cartera y salió disparado porque debía comer en Montserrat con los monjes benedictinos -reducto nacionalista por excelencia- y dedicarse a apagar el pequeño incendio montado por la familia Maragall y allegados, que no acaban de digerir el fin de una etapa en el ejercicio del poder socialista en Cataluña. Tras Montilla, figurará en la lista el actual conseller de Economía, Antoni Castells -mensaje al PSC más nacionalista-, seguido de la andaluza-catalana Manuela de Madre. «Ernest Maragall estará en la lista de diputados, si quiere», señalaba ayer un colaborador de Montilla convencido de que la erosión de voto maragallista será menor. «En caso de que no gane Montilla, me quedaré muy triste, porque querrá decir que un tal Rodríguez, como yo, nunca podrá presidir Cataluña», manifestaba preocupado un militante del PSC.