| En directo | Testimonio de un adolescente que llegó en cayuco |
«De saber cómo era el viaje no habría venido»
La travesía de 12 días desde Guinea a Islas Canarias en una pequeña barca pesquera repleta de inmigrantes es el peor recuerdo en la corta vida de Oumar Farougou Diallo, de 17 años, que jura morir antes que regresar al mar. El arroz y el gas se acabaron tras diez días de viaje, el agua estaba mezclada con gasolina y los 90 pasajeros debían permanecer inmóviles e intentar dormir como pudieran pese al sol abrasador, los mosquitos y el agua salada que les quemaba los ojos y los labios. El infierno llegó una madrugada, cuando la barca se desvió hacia Marruecos, el capitán dijo estar perdido y todos los pasajeros estallaron en llanto al mismo tiempo. «Fue el peor día de mi vida, una pesadilla. Nuestro cayuco sufrió mucho. La ruta era tan difícil que me sentí un candidato a la muerte. Si hubiera sabido como era el viaje, jamás hubiera venido», cuenta Oumar desde en el centro de acogida de menores inmigrantes de La Esperanza, en el norte de Tenerife. «Todos lloraban, la gente gritaba '¡Es el fin! ¡Es el fin!'», recuerda este joven alto y delgaducho, de enormes ojos y modales suaves, con la voz entrecortada por la emoción. Esa noche, un pasajero que estaba «nervioso» desde la salida del cayuco, y que insistía incesantemente en tirarse al agua y nadar hasta la costa, se cayó y se ahogó. «Le pedimos al capitán que regresara a buscarlo pero no quiso, nos dijo que si lo hacía íbamos a morir todos», dice Oumar. La barca era conducida por cinco capitanes, según cree Oumar, pescadores que no tienen dinero suficiente para pagarse el trayecto. Estos, que rotaban sus turnos, contaban sólo con dos aparatos GPS y una brújula que les dio el traficante que organizó la expedición desde Guinea. El cayuco fue interceptado por las autoridades españolas el 18 de agosto, y fue remolcado al puerto de Las Palmas. «Cuando pisé tierra todo temblaba. Estuve mareado un día entero», señala. A probar suerte Oumar decidió probar suerte en España porque todos sus amigos ya estaban en la tierra prometida o camino a ella. Su madre no quería que viniese, pero finalmente cedió a sus ruegos y para juntar el dinero del pasaje -unos 700 euros- vendió sus vacas, su único sustento para alimentar a seis hijos. «Mi padre murió en la guerra de Liberia hace tres años. Ahora tengo que trabajar para enviar dinero a mi madre. Es un compromiso y estoy nervioso por eso», señala. Hace pocos días Oumar pudo llamar por teléfono a su madre por primera vez. «Mi mamá, mis hermanos, todos lloraron. Hacía más de 20 días que no sabían nada de mí y pensaban que el cayuco había naufragado. Mi madre me preguntó si estaba bien de salud, y le dije que sí, y que le diga a mi hermano mayor que no venga», indica. El joven guineano sueña con ser electricista, mecánico o trabajar de cualquier cosa, menos de marinero. «Prefiero morir que regresar al agua», confiesa, rodeado por un enjambre de otros adolescentes africanos, que le escuchan en silencio mientras recuerdan su propio infierno.