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Cinco mil euros de beneficio por un cayuco para llegar a Canarias

Los fabricantes de piraguas de Senegal ven con alborozo cómo los pedidos se multiplican a medida que aumentan las salidas de indocumentados del país africano

Construcción de un cayuco en el puerto de Saint-Louis, unos 200 kilómetros al norte de Dakar

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Georges Gobet - saint louis
León

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«Quiero que emigren más jóvenes y ganar más dinero para terminar mi casa de tres pisos, y casarme con una cuarta mujer». Quien así habla es Mor, un fabricante de cayucos de Senegal, de donde parten miles de inmigrantes clandestinos hacia Canarias. Para Mor, carpintero en Guet-Ndar, el barrio de los pescadores en Saint-Louis, la emigración clandestina es una mina de oro, puesto que cuantos más jóvenes se van, más piraguas vende. Sin embargo, en sus palabras hay más ingenuidad que cinismo. «Conozco bien mi trabajo, y satisfago todas las demandas que se me hacen, como lo hicieron mis padres desde que se instalaron en este barrio», afirma este trabajador de 69 años. «No construyo piraguas para jóvenes que no conozco, lo importante para mí es construir para pescadores que las necesitan», añade. Pero los pedidos se multipli-can a medida que aumentan las salidas de clandestinos. Desde principios de año, más de 25.000 ciudadanos del oeste de África, entre ellos una gran mayoría de senegaleses, entraron ilegalmente en Canarias a bordo de cayucos. «Desde que surgió el fenómeno, los pedidos se han disparado. He empleado a otros jóvenes que no son necesariamente de nuestra casta, porque los pedidos se han triplicado y los precios son más interesantes», afirma Mor. «Los pescadores pagaban 4,5 millones de francos CFA (6.800 euros) por una piragua y ahora (los nuevos compradores) desembolsan fácilmente de seis a siete millones (9.100 a 10.000 euros), según la urgencia que tengan», explica. «Y reconozco que para una piragua vendida a siete millones, mis costes (de producción) han sido de 3,5 millones (5.300 euros)», añade el carpintero. Los clientes Un hombre de unos 50 años, se acerca al viejo carpintero. Es un ex pescador, Umar, y uno de los antiguos clientes habituales de Mor. «Las embarcaciones son utensilios de trabajo y yo, ahora, me limito a venderlas. Debo confesar que mi vida ha cambiado desde entonces, ya que por cinco piraguas vendidas, obtuve un beneficio de once millones de Francos CFA (16.000 euros)», explica Umar. «Es mucho más de lo que ganaba cuando iba a pasar semanas y meses enteros en el mar, y todo para regresar con 800.000 Francos CFA (1.200 euros) que tenía que compartir con mis 13 colaboradores». Pero estos fructuosos negocios para los carpinteros y vendedores de cayucos, ¿no les da mala conciencia, cuando algunos de los clandestinos mueren en las travesías, a menudo a causa de naufragios? Mor escupe tres veces al suelo para conjurar la mala suerte y responde: «Mi papel se limita a construir piraguas y venderlas a los pescadores. Tengo buena conciencia por todo lo que he hecho; los que han muerto también estarían muertos si se hubieran quedado en sus camas».