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El «pecado» de Clara Campoamor La obstinación por la superación

La diputada del Partido Radical se enfrentó a su propio partido para sacar adelante, el 1 de octubre de 1931, el voto femenino como parte de la Constitución de la IIª República

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«Señores diputados: no manchen la Constitución estableciendo en ella privilegios. Queremos la igualdad de derechos electorales. ¡Viva la República!». Con estas palabras concluía en el hemiciclo del Congreso el discurso que la diputada Clara Campoamor, del Partido Radical, pronunció el 1 de octubre de 1931 en defensa del voto femenino. Hoy se cumplen setenta y cinco años del hito histórico. Antes de finalizar su intervención advirtió a la cámara: «No cometáis un error histórico que nunca tendréis bastante tiempo para llorar, al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza joven». Fue otra diputada por Madrid, Victoria Kent, la que defendió aquella memorable tarde parlamentaria la postura contraria respecto al artículo 34 de la Constitución. «Si las mujeres españolas fuesen todas obreras, (...) hubiesen atravesado ya un período universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino», argumentó Kent, que militaba en el Partido Radical Socialista. A Clara Campoamor, que había obtenido 52.731 votos frente a los 49.806 de Victoria Kent, no le sirvió todo su prestigio como abogada para obtener el respaldo su partido. Ganó la batalla por 40 votos con el apoyo de muchos de los diputados del Partido Socialista que también decidieron romper la disciplina del grupo, al contrario que la única mujer elegida bajo sus siglas, Margarita Nelken, que ni siquiera asistió al debate. El 1 de octubre de 1931, el Pleno del Congreso aprobó, por 161 votos frente a 121, el derecho de la mujer al voto, que se ratificó el 1 de diciembre en una votación mucho más ajustada: 131 votos a favor y 127 en contra, con la ausencia del 45 por ciento de los diputados. En esta segunda votación se pretendía restringir el derecho de sufragio de las mujeres a las elecciones municipales. Amarga victoria Además de los socialistas, con destacadas deserciones, los votos a favor salieron de pequeños núcleos republicanos catalanes, progresistas galleguistas y la derecha. El socialista Indalecio Prieto abandonó la Cámara afirmando: «Es una puñalada trapera para la República». Fue una amarga victoria para Clara Campoamor, «Mi pecado mortal», subtituló a su libro El voto femenino y yo que vio la luz en vísperas de la Guerra Civil, que la condenaría al exilio hasta su muerte en 1972 en Lausanne. «A corto plazo sí fue su pecado, como ella misma analiza en el libro cuando narra la peripecia de solicitar el ingreso en Izquierda Republicana, después de dimitir en el Radical; o cuando intenta obtener el acta del Frente Popular representando a la organización política de mujeres», señalan sus biógrafas, Concha Fagoaga y Paloma Saavedra. Lo mismo que Eva cargó con la culpa del fin del paraíso, a escala más terrenal, Clara Campoamor vivió en sus carnes el desprecio y el vacío político. Se la cerraron todas las puertas y cuando la derecha, unificada en la Ceda, gana las elecciones en 1933 se culpa de ello al voto de las mujeres, por el inlujo del poder eclesiático en los confesionarios. Nada se dijo de los anarquistas, que al recomendar la abstención también favorecían a la derecha unificada y organizada, ni de la falta de unión de las izquierdas que, en conjunto, obtuvieron más votos que la Ceda. Clara Campoamor defendería en su libro que las mujeres se inclinaron por las candidaturas de extrema derecha y de extrema izquierda porque fueron los que se ocuparon de organizarlas y ofrecerlas algo concreto. «Los partidos republicanos debían achacarse el fracaso a sí mismos, por persistir en una política suicida en oposición al sufragio femenino, excluyendo a las mujeres de su propaganda y su organización», afirman Fagoaga y Saavedra. Con la recuperación de la democracia en España en 1978, «aquel acontecimiento se ha transformado en una memorable victoria, en uno de esos actos lúcidos que hacen pasar a la historia a ciertos hombres y mujeres», añaden. Ayer, el Ateneo de Madrid acogió un homenaje a Clara Campoamor en el que estuvo presente una de sus amigas, la jurista María Telo, quien recordó que la que fue segunda letrada colegiada en España constituyó un «importante referente» para las mujeres que luchaban por la igualdad en España. Intentó regresar a España en 1951 pero su expediente de masona seguía vigente. Había pertenecido a la logia de mujeres Reivindicación y, según escribió a algunos de sus amigos, se negó a declarar ante un tribunal franquista porque cuando ingresó «era un acto legal». Su última voluntad fue que sus restos reposaran en su querida San Sebastián. En Polloé permanece permanecen olvidados bajjo una sencilla placa de mármol donde se lee: «Doña Clara Campoamor Rodríguez, 30-4-1972 a los 84 años». El Congreso aún no cuenta con un busto de esta insigne mujer. Clara Campoamor Rodríguez nace en el madrileño barrio de Maravillas (hoy Malasaña) el 12 de febrero de 1888. Su madre, Pilar, era modista y su padre, Manuel, empleado de un periódico. La muerte de éste cuando Clara sólo tenía diez años, la obligan a dejar la escuela para ayudar a su madre. Luego sería dependienta y a los 21 años ingresó por oposición en Correos como auxiliar femenino de segunda clase y un sueldo de 1.250 pesetas. Es por ello que entre 1910 y 1914 vive en San Sebastián. Al aprobar las oposiciones del Ministerio de Instrucción Pública retorna a Madrid y en 1917 trabaja también como secretaria del director de «La Tribuna». Ya adulta, en 1924 obtiene el título de Derecho y se incorpora a la Academia de Jurisprudencia, el 2 de febrero de 1925. Tras una notoria trayectoria política y femenista concurre a los comicios de 1931 y desarrolla una intensa labor parlamentaria, pero en 1933, ni nunca más, logró reincorporarse a la vida política. Vivió exiliada en Buenos Aires y Laussane, donde fallece en 1972.

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