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Perdones atados con pendones

Las enseñas tradicionales leonesas ondearon durante todo el día en la explanada del santuario de la Virgen del Camino, que contó con una nutrida representación asturiana

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A. Caballero - león
León

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Van en el carro las mozas, galanas, con ojos de pendón. Cerca, los mozos con las enseñas de su pueblo al aire, levantadas. En el camín que lleva a San Froilán cada 5 de octubre, el pueblo se entretiene en hacer lo que hicieron antaño sus abuelos, vestido como se vestía la gente cuando la moda era sólo adaptación al medio. Ha tocado madrugar, pero es feria. Y en el empeño de sumar cuerpos, no paran de llegar caminantes, familias en coche y autobuses cargados de asturianos. «¿Estos habrán entrado por el puerto de Pinos?», bromea uno de los vecinos de la localidad, que disfruta desde la terraza del solano de octubre. Una caída en vertical que sufren los feligreses arracimados para escuchar la misa, unos escalones por debajo del altar en el que ocupan plaza los curas y las autoridades, que en algún caso no saben si levantarse o sentarse e incluso hacen evangelista a San Pablo: «Por la señal de la santa cruz...», se adelanta uno como previa a una carta a los Corintios. Mientras, gran parte de la concurrencia se demora entre los puestos que juntan bragas y calcetines de lana con «la moda recién llegada de Cibeles, sin anorexia». Dos tenderetes más allá, un paisano busca chanza con su parienta: «Como tengas que compensar todos los pecados vas a tener que pedir un crédito, al precio que están las avellanas». «Yo, contigo, cruz, ya los tengo purgados todos», contesta, al tiempo que se encamina hacia los chiringuitos en los que se hace maridaje sin finuras de pulpo y morcilla. «Ahora sólo falta ir a tocarle las narices a San Froilán», recomienda el más pintón a su cuadrilla de amigos, que, entre bromas, se suben al carro.