«Estoy encantado de la vida y no voy al médico para nada»

Las parcelas tienen una superficie de 68 metros cuadrados y su rendimiento sirve para enjugar los bajos ingresos de la mayoría de los usuarios. De la huerta obtienen patatas para todo el año, tomates, lechugas, zanahorias, pimientos desde la primavera hasta el final del verano y, ya en otoño, las escarolas, puerros y berzas son las únicas hortalizas que ocupan los surcos. Llegado este tiempo, los hortelanos comienzan la preparación de la tierra para la próxima siembra, tras el invierno. Algunos, como Balbino, uno de los veteranos de los huertos, han sembrado una «alfombra» de hierba, que al mover la tierra en enero se convertirá en abono. Con 77 años, hace doce que cultiva su trozo de tierra y de la experiencia ha obtenido todo su saber porque nunca, hasta que el Ayuntamiento le dio la oportunidad, había puesto una lechuga: «Al principio las hundía tanto en la tierra que no me salían y luego me daba pena comerlas», comenta con humor. Balbino está «encantado de la vida» porque considera un lujo «llegar aquí y ponerme el pantalón por la mañana y por la tarde y respirar el aire a la orilla del río. No voy al médico para nada y en invierno vengo con el paraguas». Pero los años, lamenta, «pasan rápido». Ni siquiera le desaniman los desaprensivos que roban algunos de los frutos que con tanto mimo obtiene. «No voy a ceder, seguiré sembrando», advierte. Porque el huerto le proporciona más alegrías que penas y, sobre todo, la satisfacción de «comer lo que yo mismo cultivo» y lo que su mujer elabora, como la salsa de tomate que envasa cuidadosamente en tarros de cristal para el consumo familiar. Sus hijos también lo agradecen.