«Lo legendario es lo inolvidable», dice Luis Mateo Díez
Entre las miradas de aprobación de unos y el silencio, quizá de asentimiento, quizá no, de otros, una cosa sí que se puso de manifiesto en la mesa redonda de ayer: que la leonesa no es en su mayor parte una prosa festiva, alegre, optimista. Cualquiera que lea las obras -especialmente las de Díez-, de los autores congregados, y exceptuando en todo caso las de Torbado, se dará cuenta de la presencia ineludible del frío, de la soledad, de la muerte, del empleo metafórico de un paisaje agreste o de una sensación de pérdida por un ambiente de la infancia o una cultura rural hoy desaparecidas. Así lo defendió Merino calurosamente, reseñando la huella que la tradición oral y la memoria han tenido en la producción literaria de los leoneses, pero sobre todo la constatación de que, en términos relativos, a León le ha ido «peor que a otras regiones y provincias». Bien a causa de esa realidad objetiva, bien por el intenso debate social sobre nuestra identidad que comenzó en la Transición y que aún continúa -como apuntó otro oyente-, la literatura leonesa no ha sido ajena a esa situación real y a ese contexto social en sus fermentos, aunque, gracias a su genialidad, tal producción no se ha limitado nunca a lo local, sino que ha gozado de alcance universal. Por su parte, Luis Mateo Díez, el menos amigo de establecer escuelas o de admitir concomitancias con el resto de sus paisanos, dijo sin ambages que no le interesaba «nada» ese debate. Explicó que hay que tener presente que León «no es menos que otras autonomías -en este sistema autonómico que es una desgracia, yo prefiero la España provincial, dijo-, ahora hay un creciente interés en todas partes por la cultura más cercana, eso está bien, pero no se ha de polarizar tanto la mirada». Lo que sí subrayó el autor de Fantasmas del invierno fue el hecho de tener «deudas, no ganacias» con los «paisajes, los afectos, las personas», de esta tierra. Y esa primera mirada que sobre el mundo posa una persona luego se va enriqueciendo, dijo, con «lecturas personales», en cada escritor, muy diferentes (en su caso destacó la influencia de Cesare Pavese). Los primeros miedos, los primeros sentimientos «ominosos», las primeras leyendas que oyó en Laciana, todo eso se ha «reciclado», dijo, en su escritura, pero ante todo su obra ha venido construyéndose «gracias a las lecturas de los autores grecolatinos, los del Siglo de Oro, los italianos, los centroeuropeos...». Al final, ese poso forja en él una obra donde el puntal básico es el mito. «Lo legendario es siempre lo inolvidable», advirtió. Pero el jardín de la literatura «es más grande que el jardín de la vida», explicó Merino, dejando ver también que el ejercicio de la narración «es lo poco internacionalista que nos queda». Desde una «denominación de origen» propia, la leonesa, escritores como los representados en la mesa redonda de ayer «escribimos que todos los seres humanos somos hermanos, somos iguales. La literatura es la historia del corazón del hombre», afirmó el autor de El heredero . «Si en vez de en León hubierámos nacido en Barcelona, con todo su músculo cultural, hoy tendríamos varios premios Nobel», aseguró en tono humorístico Aparicio, mientras que Torbado siguió manteniendo su carácter apátrida y nómada. De nuevo Aparicio fue lapidario: «León tiene que saber que tiene algo importante: su cultura». «La leonesa no es una prosa optimista. Cualquiera que lea estas obras se dará cuenta de la presencia ineludible del frío, la soledad, la muerte... JOSÉ MARÍA MERINO, escritor