La madurez del delfín
Por fin ha llegado su momento, al segundo intento. El delfín de Pujol ha madurado y se enfrenta al desafío de poner orden en una Generalitat últimamente acostumbrada a vivir en convulsión. El aspirante de CiU hace justicia a su apellido: el más joven, el más carismático, el más valorado por los ciudadanos de los cinco contendientes principales. Y, ayer, el más votado. Ayudado por los tropiezos del tripartito y por la desaparición de Jordi Pujol de la vida pública, la imagen de Artur Mas i Gavarró se ha ido agrandando en los últimos cuatro años y medio, desde que el 20 de enero del 2002 fue designado candidato de la federación nacionalista a las anteriores elecciones. Aquella designación culminaba el difícil proceso sucesorio del veterano presidente y la carrera de un barcelonés que aún no había cumplido los 46 años y que había repartido su vida profesional entre la empresa y la política. Estudió Ciencias Económicas y Empresariales -fue compañero de aulas de Josep Piqué- y pronto fue captado en el área de Promoción Comercial del Gobierno catalán. Tras enrolarse en varios proyectos del sector privado, comenzó a aparecer como una figura política prometedora a mediados de los noventa, cuando fue sucesivamente consejero de Políti-ca Territorial, de Economía y portavoz del Govern. En el primero de estos cargos, Pujol se dio cuenta un día de que había encontrado a su sucesor. «Estábamos en la inauguración de una infraestructura, y el discurso que pronunció me impresionó profundamente», cuenta. Ahí puede estar uno de sus puntos débiles, en un designio que para muchos se hizo a dedo. Pero eso es cosa del pasado. Mas, casado y con tres hijos, aficionado a la literatura francesa y admira-dor de Churchill y Juan XXIII, debe ahora demostrar que no es un mero continuador del pujolismo. Y, de nuevo, hacer justicia a su apellido.