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| Crónica | Las minas del campo de tiro |

Por la ruta prohibida del oro

Los restos arqueológicos de la Corona de Quintanilla y la extensa mina de la Barrera, con grandes masas de cantos en hondonadas, sufren el fuego real y el olvido institucional

Publicado por
A. Gaitero - sierra del teleno
León

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Una valla atravesada en la pista y el cartel de «Prohibido el paso» advierten a la entrada principal del campo de tiro del Teleno por Luyego de una frontera entre el mundo rural y los juegos de guerra con fuego real que alberga periódicamente el territorio acotado por Defensa. El acceso al campo de tiro sólo puede hacerse a pie, ignorando los carteles que avisan del «peligro de explosiones» y de la propiedad privada del terreno. El campo de adiestramiento militar corta de cuajo el recorrido por la ruta del oro que ha sido señalizada con fondos europeos. En Valdespino de Somoza corren parejos los carteles de la ruta turística y los que anuncian desvíos o tráfico de convoyes militares que entran o salen del campo de tiro. Antes de entrar en el campo de tiro es posible ver, desde uno de los puntos geodésicos, el paisaje de las minas de Fuco Chico, donde el agua formó un gran barranco hoy día cubierto por una masa forestal. No fue un yacimiento rico, como ocurre con todos aquellos que están alejados del área madre del Teleno y los romanos dejaron en sus inmediaciones materiales potencialmente auríferos. Saber por qué los romanos decidieron abandonarlo es una de las múltiples incógnitas que rodea a la explotación del oro en el Teleno. Por la entrada principal del campo de tiro desde Luyego la pista militar toma altura y mirando hacia atrás, con la ayuda de los ojos expertos, se vislumbran nuevas minas explotadas en ladera que Claude Domergue contempló despejadas en los años setenta. Hoy están revegetadas por una masa de robles. La ruta prohibida conduce por la pista hacia la Corona de Quintanilla, donde nuevos carteles, esta vez de más tamaño, informan de que se ha entrado en la zona de tiro. Entre la vegetación se encuentran a cada paso restos de proyectiles y miles de balas desperdigadas, mucho hierro bélico fundido y partido a trozos. Nadie que no conozca los explosivos, y ni siquiera los expertos, puede sentirse seguro en este lugar que tiene derecho a la protección de los monumentos, al tener abierta una declaración de bien de interés cultural. La corona, en la que hace dos mil años vivió una población desconocida de trabajadores y gestores de las minas, tiene forma circular, pero vista de su entrada parece metida dentro de un barco con la quilla al frente. «Los romanos recortaron el terreno con agua para hacer la corona y luego aprovecharon las hondonadas para lavar el oro», explica Roberto Matías. A cada paso surgen huellas de proyectiles y misterios sin esclarecer por la investigación arqueológica que quedó paralizada en los años 80. Saliendo de la corona, hay un paseo interminable por encima de los canales de lavado del oro. El paisaje de murias se hace más y más denso a medida que se avanza. La mina La Barrera es uno de los sectores más espectaculares dentro del campo de tiro. Salvo allí donde los proyectiles han marcado sus círculos y oquedades, los canales están como los dejaron los romanos que lavaron el yacimiento para concentrar el oro, apartando estos escombros. Los cantos, acumulados en masas de hasta diez metros de altura, son rocas cuarzosas pobladas de líquenes que las tiñen de verde y gris.

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