Diario de León

La experiencia comenzó hace cinco años con 15 presos y se ha implantado en cuatro pabellones de los doce de Mansilla

El Gobierno extiende a cinco cárceles los módulos de respeto ensayados en León

Más de 400 internos de los 1.700 que hay en la prisión se autogobiernan con la ayuda de educadores

León

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En esta parte de la cárcel no huele a «talego», ni los presos pasan el día encerrados en la celda. Son los módulos de respeto -cuatro de los doce de Villahierro- en los que lo primero que llama la atención es la limpieza y las celdas con las puertas abiertas. A las once de la mañana, en el módulo ocho se preparan para jugar un partido de fútbol del torneo de Navidad de la prisión. Los demás seguirán su programa de actividades diarias, en cursos de inglés, con el psicólogo de Cruz Roja o en alguno de los talleres (madera, hilos, pirograbado), que tienen como monitores y gestionan otros presos. En el pabellón conviven presos como Carlos, que desde los 17 años, y tiene 31, sólo ha pasado 20 meses en la calle, con gente como Nino, que espera salir en el 2007 a un centro terapéutico para quedar «limpio» de drogas y del delito de estafa -falsificaba cheques de viajes, entre otras cosas- por el que paga entre rejas con tres años de su vida. «Para mí es un mérito vivir sin drogas y aquí aprendo, con las oenegés, qué son de verdad y trabajo en un taller ocupacional de talla de madera, estoy haciendo un reloj de madera», apostilla riéndose («Ya sabes que se dice, que el más tonto hace relojes de madera», aclara). Carlos viene del módulo 3, un lugar muy diferente a los espacios de respeto. «Allí no se dialoga, impera la ley del más fuerte», el «kíe» en el argot presidiario. «Es un régimen cerrado con peleas, agresiones, huelgas, donde te cachean permanentemente y sales peor que entraste». Ha sido un preso conflictivo, lleva media vida en la cárcel y ahora busca su segunda oportunidad para dejar las drogas -«fui expulsado tres meses por consumir cannabis»- y vivir con más calidad en el módulo de respeto. Le queda un rato largo en la cárcel pues la condena que cumple ahora, por asesinato, es de 25 años. «Lo tengo asumido porque tengo mucho apoyo de la familia y y aquí aprendo a controlarme», explica. De hecho, le concedieron el traslado a Daroca, más cerca de su familia en Huesca, y ha decidido «seguir aquí, por el programa». Los módulos de respeto son una iniciativa gestada en la prisión de Villahierro hace cinco años. Se inició con quince presos, con el objetivo de mejorar la convivencia a partir del compromiso de los propios internos y ahora está implantado en los módulos 5, 6, 7 y 8, con una población de más de 400 presos sobre 1.700 que hay ahora en la prisión. Dos de estos módulos, el 5 y el 6, se han adherido recientemente al programa. A lo largo del 2007, se prevé ampliar a los módulos 10 y 13, según indicó el director del centro José Manuel Cendón. Modelo exportado desde León Instituciones Penitenciarias ha «copiado» el sistema y ya son cinco las prisiones donde se han abierto módulos de respeto: A Lama (Pontevedra), Teixeiro (A Coruña), Granada, Villena (Alicante) y Zuera (Zaragoza). La intención es, según la directora general, Mercedes Gallizo, extender el modelo a todas las prisiones de su competencia (las de Cataluña dependen de la Generalitat). Aunque resulte paradójico en una cárcel, en los módulos de respeto los presos ingresan voluntariamente y «hay lista de espera», aclara el educador del número 8, Luis Bajo. Cuando son admitidos en el módulo firman un contrato con el compromiso, entre otras cosas, de no consumir drogas, así que periódicamente les realizan controles aleatorios. Y esta mañana tocó. «En una ocasión salieron diez de golpe del módulo por dar positivo en el control y fue un palo muy fuerte», lamenta un interno. «Vine de otro módulo y este es más exigente, pero aquí tienes una celda para tí solo, hay más higiene y ocio, ambiente de respeto y más posibilidades de inserción», explica otro de los presos durante una asamblea improvisada. «Ahora mismo no estoy pagando cárcel», dice un leonés de 37 años que conoce muy bien el medio pues ha estado 14 años en diferentes prisiones y en primer grado. Hace tres meses entré de nuevo en la cárcel y me dieron esta oportunidad, me costó mantenerme sin beber, pero con la ayuda de psicólogos y la actividad lo he aguantado», agrega. Ahora lo único que necesita, asegura, es un trabajo remunerado dentro de la prisión porque «no tengo ningún ingreso». A los nuevos, los internos de la comisión de acogida les presentan y ayudan a encontrar un compañero de celda (sólo en el módulo 8 hay una habitación por preso). Luego se integran en uno de los siete grupos de tareas: limpieza, reparto de comida, cuidado de enseres... «Lo peor es limpiar el comedor, porque hay que hacerlo tres veces al día y la limpieza de los cubos de basura», reconocen y lo mejor servir la comida. Cada semana elige tareas el grupo que acumule más positivos o menos negativos. Su permanencia en el módulo depende de que la evaluación sea favorable. Tres calificaciones desfavorables seguidas o la acumulación de negativos reiterados supone la expulsión. «Sí, produce estrés estar permanentemente en examen -reconocen- pero te ayuda a mantenerte despierto y en guardia». Convivencia o expulsión De hecho, lo más duro para la mayoría de los presos «es la adaptación a las normas, porque en la calle no tienes normas, no estás acostumbrado», admite otro voluntario en la asamblea. Pero si no existe el compromiso personal «no se puede cambiar nada, ni nadie puede cambiar», insiste Jean Michel Maignent, un belga que lleva 16 años en la cárcel y dirige Canal Amistad, una televisión que emite en circuito cerrado para la prisión. Este es el gran valor del sistema de respeto, «contar con la voluntad expresa de los internos, aunque les cueste mucho cumplir el compromiso porque son ellos los que deciden vivir bajo esas normas», agrega. Cada grupo tiene al frente a un responsable que distribuye los trabajos y, en caso de discrepancias, ellos y los tres miembros de la comisión de intervención son el punto de referencia. Una de las normas del módulo de respeto «es evitar siempre el conflicto y cuidar las formas», así que las agresiones verbales y, desde luego, las físicas son motivos de expulsión. «Los expedientes disciplinarios en estos módulos son prácticamente nulos y cosas que en otros sitios son un mal menor, como el robo de un abrigo, aquí se convierte en algo importante», explica Cendón. Por eso una de las herramientas que se utiliza para garantizar la convivencia es mejorar sus habilidades de comunicación con los demás, lo que implica aprender a ponerse en el lugar del otro o incluso defender los argumentos contrarios a la propia opinión para practicar la tolerancia. Eso es lo que están haciendo a las 12 de la mañana en la sala de reuniones con las oenegés. Julio César Álvarez, psicólogo de Cruz Roja, les ha propuesto debatir sobre los medios de comunicación aprovechando la presencia de la prensa. Como las posturas son muy contrapuestas se dividen en ángeles y demonios, pero llega un momento en que los ángeles tienen pasan al bando de los demonios y viceversa. «Aprender a defender la postura contraria es una forma de desarrollar habilidades», precisa el psicólogo antes de continuar. Si en el módulo 8, el objetivo prioritario es salir de las drogas, en el 5 prima la actividad laboral remunerada y en el 7 la estrella de las actividades es el deporte. El módulo 6 es el último que se ha enganchado a la experiencia y sus normas son algo más flexibles. No están implantadas, por ejemplo, las exigencias con respecto al vestuario y nada más entrar en la sala común, momentos antes de la comida, se percibe el ambiente carcelario. Muchos presos llevan calado el gorro y visten chándal, algo que no está permitido en los otros módulos de respeto, donde se exige utilizar ropa de calle en las actividades con terapeutas, y sólo se pueden usar gorros en el patio y zonas exteriores. Algunos de los presos del 6 están en espera para entrar en el 8, pero mientras echa una partida de parchís -juegan con verdadero furor antes de la comida- un preso asegura que «este es un módulo bueno, hay limpieza, te hacen más caso y te dan más confianza». Un preso palestino recién trasladado de Picassent (Alicante) se queja del frío («no puedo salir al patio) y de que no tiene dinero para la ropa, pero el educador le aclara que si habla con su responsable le proporcionarán ropa adecuada. Autoayuda legal Los presos de los módulos de respeto tienen centralizado el corte de madera de los talleres de talla para toda la prisión y cuentan con una comisión de ayuda legal integrada por tres presos. Muchos de los recursos que reciben los jueces de vigilancia penitenciaria están elaborados desde este despacho del módulo siete que cuenta con varios ordenadores. El último que han ganado es un tercer grado para un preso al que se lo habían denegado previamente: «Ahora está en el CIS», el Centro de Inserción Social de León, aclara uno de los «juristas» mientras cierra otro caso. «Los módulos de respeto eliminan el espacio taleguero y la mitificada subcultura carcelaria que choca con los objetivos de la reinserción» JOSÉ MANUEL CENDÓN, director del penal de Villahierro MÓDULOS DE RESPETO En funcionamiento En previsión para 2007 Presos afectados

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