| Reportaje | Menos de cien |
«Más que político soy asistente»
Valdemora es uno de los tres ayuntamientos leoneses que a partir de las elecciones municipales de mayo se gobernará por Concejo Abierto, al igual que su vecino Castilfalé y Escobar de Campos
El sol se pone, encarnado, por encima de las bodegas desde donde se divisa la espadaña de la iglesia, recién arreglada, los tejados del pueblo, con veintidós casas abiertas y cuarenta cerradas en invierno, y el valle sobre el que se asienta el pueblo de ecos árabes. Las choperas que riega el arroyo del Valle, de las que salió el dinero para la casa consistorial en los años 80, están desnudas. Valdemora tiene oficialmente 94 habitantes, uno menos que el año pasado cuando ya los vecinos vieron claro que, salvo un milagro, en las elecciones del 2007 perderían cuatro de los cinco concejales actuales y se regirían por Concejo abierto, con un alcalde como presidente. Es lo que pasa cuando un municipio tiene menos de cien habitantes. Sólo dos niños -ambos hijos de una concejala que reside en el pueblo- engrosaron el padrón en cuatro años, después de tres lustros con el registro intacto. Dacio Valencia, del PP, es el alcalde desde el 2003. Un caso singular. Regresó a su pueblo de crianza -es natural de Mayorga- después de jubilarse. «Tenía a mis suegros y a mi madre y la mujer dijo que teníamos que atenderles». Ella cuida ahora a su madre y a su suegra, ambas nonagenarias, y él gobierna el pueblo. «Soy el que mando pero no cobro», matiza. Y lo del «mando» tiene bastante de simbólico porque «más que político, aquí, eres asistente para todo». Entró con dos propósitos claros: arreglar la iglesia y hacer un puente nuevo sobre el arroyo del Valle que, cuando llueve, recoge aguas desde Quintanilla de los Oteros y desborda el actual paso entre el vecino Castilfalé y Valdemora. «Me ha costado trabajo y sacrificios», alega, pero lo logró. La iglesia se arregló por convenio entre la Diputación y el Obispado y, sobre todo, por la generosidad del pueblo. «Como ayuntamiento teníamos que poner 2,5 millones de pesetas (doce mil euros) y aquí sólo encontré deudas», así que «me dí de maña mandando cartas a los vecinos que están fuera y dentro del pueblo y les pedí un donativo». Y se reunió el dinero suficiente para afrontar la obra. La Diputación construirá, espera que en breve, el nuevo puente, tras derribar el actual. A mayores, «se arregló la carretera y fue encauzado el reguero» con ayuda de la Confederación Hidrográfica y la Junta. «Lo hemos conseguido a fuerza de llorar, más que de pagar», reconoce Valencia. No sabe si se presentará de nuevo a las elecciones. Depende más de su salud que de su voluntad, pero cree que un alcalde solo lo va a tener más difícil. «Hay que estar al cuidado de todo porque aquí no hay alguacil y si hace falta enfrentarte con todos los vecinos», comenta. Este hombre, que introdujo el yogur Danone en la provincia de León, sabe también de las propuestas para agrupar ayuntamientos pequeños. Pero no lo tiene claro. En el bar coincide con un vecino que lo dice bien claro: «Se está bien solo porque administras tus propios intereses y de la otra manera te dan un dinero y a correr; el gobierno es mejor tenerlo cerca», apostilla. Tienen sus dudas: «Aquí quedaría una junta vecinal y prácticamente sería lo mismo porque médico tenemos dos veces a la semana, viene la asistente social de la Diputación y de la basura se ocupa la mancomunidad de Mansurle». De momento, nadie habla de fusión, un tema poco «popular» con el que los políticos no se quieren «quemar» y menos en vísperas electorales. Valencia de Don Juan es el centro de referencia de los pueblos de la comarca. Dos servicios diarios de transporte les comunican con la ciudad del Esla y desde ella con León: «Puedes ir por la mañana y estar aquí a la hora de la comida», aclara el alcalde. El bibliobús pasa regularmente y el bar está abierto por la tarde y los viernes y los sábados hasta las tres de la madrugada. Porque, aquí, «la gente se casa y se va a Valencia a vivir y los jubilados también se compran piso en Valencia, pero los fines de semana vienen todos». En verano, el pueblo recupera el bullicio con los habitantes emigrados y sus descendientes. Cada vez hay menos fincas en cultivo y aunque no queda una hectárea de viñedo, se restauran las bodegas.