TESTIGO DIRECTO
La maquinaria judicial funcionó
Increíble pero cierto. La maquinaria judicial funcionó casi a la perfección. A las diez y media de la mañana, apenas 30 minutos después de la hora fijada, comenzaba la vista oral del juicio del siglo contra el terrorismo de origen islamista. Todo un hito en la historia de la Audiencia Nacional. Fue un acto soso. No hubo solemnidades, ni maniobras dilatorias, ni provocaciones, ni histerismos por ninguna de la partes. De no terciar el despliegue mediático, habría sido una sesión más de las que a diario celebra la Audiencia Nacional. Pero no fue una más. Prueba de ello fue el imponente despliegue policial cuyo elemento más emblemático es una tanqueta que custodia la entrada al recinto de la Casa de Campo. Un despliegue que, con más discreción, afecta a toda la ciudad, ya que se ha decretado una alerta de nivel dos. El protagonista exclusivo de la jornada ha sido Rabei Osman El Sayed, más conocido por el alias de Mohamed El Egipcio. Se sienta en el banquillo por ser uno de los presuntos autores intelectuales del atentado. Pero ayer, a pesar de que sólo aceptó responder a las preguntas de su abogado, después de que este le persuadiese de que le perjudicaría el silencio total que anunció en un principio, salieron a relucir suficientes datos como para asignarle un papel de mayor relevancia que lo convertiría en el principal promotor de la masacre. Incluso en un escalón superior a los otros tres -El Tunecino, El Haski y Youssef Belhjad- a los que se le atribuye un papel similar. El Egipcio fue escrupulosamente exquisito en las formas, a la hora de responder a las preguntas que le fueron formuladas. «Con todo respecto a los señores miembros del tribunal....», se cuidaba en precisar cada vez que abría la boca. Rabei Osman, detenido en Italia en junio del 2004, efectuó una densa y extensa declaración ante el juez Juan del Olmo en diciembre de ese mismo año, una vez entregado por las autoridades italianas. Tanto en esa declaración que fue leída ayer en la sala, como en las respuestas a su abogado, demostró una gran coherencia. Su ruina fue su excesiva afición a hablar por teléfono, a pesar de que a sus interlocutores les pedía prudencia y discreción. Las conversaciones telefónicas y ambientales que le interceptó la policía italiana le van a costar 40 años efectivos de cárcel.