El opio corre con los gastos de una guerra talibán devastadora
Durante décadas, un casco militar del que asomaba una flor (generalmente, una margarita) era un símbolo pacifista. Ahora podría ser el de los talibán afganos, aunque ni simbolizaría precisamente la paz ni la flor sería una margarita sino una amapola. Una amapola de opio. He ahí al menos una cifra para el «Afganistán va bien»: el año pasado la cosecha de opio alcanzó su récord histórico (6.000 toneladas, un 90% de la heroína que consumen los yonquis y los hospitales del Planeta) y para esta primavera se espera otra todavía mejor. También se espera una devastadora ofensiva talibán, por cierto. Y es que la mayor parte de ese opio se encuentra en sus manos. No se puede decir que los talibanes sean muy coherentes en esto. Los antiguos «estudiantes de la Ley coránica» (eso significa «talibán») se han olvidado momentáneamente de algunos artículos de esa Ley y, si durante sus años en el poder coartaron eficazmente la producción de opio, ahora han optado por financiarse «a la colom-biana». Sus laboratorios de procesamiento en el distrito de Sangeen trabajan sin estorbos porque allí, precisamente allí, han acordado un alto el fuego con la Otan. El opio sale, las armas entran. El suroeste afgano es ya un caso perdido, resultado de varios errores fatales cometidos al principio de la ocupación: el haber tolerado que los talibanes se replegasen allí.