Diario de León

| Crónica | Tristeza y resignación de un pueblo |

Mil flores para Idoia

El novio de la joven ayuda a portar el ataúd a la salida de la ceremonia en el pabellón

El novio de la joven ayuda a portar el ataúd a la salida de la ceremonia en el pabellón

Publicado por
J. Casanova - friol
León

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Faltaban pocos minutos para las cinco y el entorno del tanatorio de Friol era un hervidero de gente. Pero entre todos los centenares de almas que allí había reinaba un silencio sobrecogedor. En la parroquia únicamente se oían algún ladrido lejano y tímidos carraspeos emitidos con la voluntad de no ser oídos. Por eso las cinco campanadas que marcaban la hora de la despedida sonaron como cinco cañonazos. Por la mañana, la pequeña localidad lucense parecía un enclave tomado por militares que iban arriba y abajo vestidos de bonito , pero con el tres cuartos de camuflaje: «Si eres militar y no vas a una misión, es como si te faltara algo», comentaba uno de los compañeros de Idoia en uno de los bares del pueblo. Junto a él, un cabo con la voz quebrada centraba la cuestión con una sola frase: «Es nuestro objetivo, la ilusión con la que vas cada día al cuartel». Llueve ya sobre mojado en el caso de este joven militar que vivió también el desastre del helicóptero Cougar en las montañas de Afganistán en que fallecieron doce militares gallegos. «No puedo hablar sobre eso», dice mientras se ajusta el uniforme y parte hacia el tanatorio. Allí se amontonan las coronas de flores que despiden a Idoia, una chica alegre y expansiva a la que todos apreciaban. «Siempre se notaba cuando estaba», explica otro compañero. Es un fenómeno curioso cruzarse con estos jóvenes soldados y escuchar sus conversaciones en gallego. No saben cuándo tendrán que volver allí, donde al parecer se realizan como profesionales, pero todos están de acuerdo sobre el entorno emocional de estos últimos días: «Un ambiente bastante jodido». Un cascabel apagado Pero si Idoia fue siempre un cascabel, Friol era ayer un lugar tomado por el silencio absoluto. Los escaparates de las tiendas cerradas lucían carteles de duelo, los comentarios se emitían en voz queda y los móviles se descolgaban a toda velocidad para no romper con sus sonidos aquel aire de recogimiento que lo impregnaba todo. Y sobre todas las tristezas llamaba la atención el cariño que Braulio, el que iba a ser el marido de Idoia, aplicaba a Consuelo, la madre de la soldado. El brazo del joven cabo rodeó a la madre durante toda la ceremonia y le sirvió de apoyo en el doloroso camino hacia el último adiós. Por la calle, la lluvia que se filtraba entre un mar de para-guas confundía en algunos rostros el agua con las lágrimas de muchos de quienes la conocieron, que en el pueblo eran casi todos. No había sin embargo improperios contra la guerra ni comentarios contra el Gobierno que envió los soldados a un lugar tan lejano. La muerte de la soldado Idoia se vivió en el pueblo que la vio nacer con tristeza y resignación. La joven conductora de la ambulancia, que seguramente pereció sin saber lo que esta-ba ocurriendo, hizo su último viaje precedida de un millar de flores llegadas de todo el país para reconocer su esfuerzo y su valor y agradecer a su familia su sacrificio.

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