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Publicado por
Julñio Á. Fariñas - madrid
León

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El protagonismo de la sesión de ayer se lo repartieron Víctor y los familiares de algunos de los suicidas de Leganés, concretamente Jamal Ahmidan, el Chino, y Abdenabi Kounjaa. Después de escuchar sus testimonios, no es preciso recurrir a ninguna trama conspiratoria para explicar cómo se pudieron llegar a pergeñar y ejecutar los atentados consumados del 11 de marzo y el frustrado del dos de abril que, de haberles salido bien, se pudo cobrar muchas vidas de los 800 pasajeros que utilizan el AVE Madrid-Sevilla en una hora punta. Ayer se pusieron en evidencia dos factores claves que lo pueden explicar todo o casi todo: la fe ciega de unos y la negligencia de otros. Abdelkader Kounjaa, un albañil afincado en Almuñécar, relató al tribunal que su hermano lo llamó en la tarde del tres de abril, cuando él y otros seis miembros de la célula estaba rodeados por la policía, sin posible escapatoria, en el piso de Leganés, para decirle que «me voy a ver a Dios». De nada le sirvieron los ruegos ni los ofrecimientos de su hermano a entregarse por él si desistía de su propósito. Fanatismo suicida Uno de los hermanos del Chino, tras relatar por primera vez que Jamal le reconoció en su bar antes de suicidarse que había participado en los atentados, le dijo que «quiero que le pidas a Dios que no nos cojan vivos». Según Mustafá Ahmidan, su hermano llamó a su madre antes de morir para decirle que se iba con Dios. Frente al fanatismo de los suicidas y sus correligionarios, ayer quedó constancia, esta vez a través del testimonio del teniente Víctor, que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, al menos en aquellos momentos, actuaron con un grado de negligencia más que preocupante. Que ahora se diga que no daban mucha credibilidad a lo que les contaban los confidentes sobre el trasiego de explosivos no es de recibo, menos cuando en sus notas informativas internas identificaban la información como A1, es decir, «fuente importante, información relevante».