El candidato que perdió su sombra
El aspirante de la UPL encara su primera experiencia como cabeza de cartel, después de afrontar dos años y medio de ardua oposición que le han hecho madurar «Siempre que viene gente la
Casado y sin hijos, procurador de los tribunales, mantiene intacto un círculo de amigos de adolescencia, y considera a su tío, el magistrado Rodríguez Quirós, como referente Sus compañeros dudan de que «un corazón tan grande sea compatible con la política» e ironizan con el hecho de su afición a rumiar las cosas durante un día o más Hay 30 primaveras de distancia entre el despertar político y las urnas del próximo día 27. La calle llena de octavillas y el niño al que le divierte el bullicio callado de la gente que empieza a pensar en alto. Una treintena de otoños en los que el guaje, al que no se le ha quitado la cara de levantar la falda a las niñas y ponerles ranas en la oreja, ha pasado de zagalejo a rabadán, como marcaban los preceptos dictados por las cencerras de los borregos y los balidos de las ovejas en el cordel de las merinas, que pasan por su pueblo, Sena de Luna, desde que se inventaron los caminos. Es luniego y babiano a un tiempo -que es casi como ser del Madrid y el Barça-, aunque por la raya marcada como el filo de un hachón en los pantalones de sus trajes, la pulcritud de sus puñeteras y el tafilete de sus zapatos le caigan unas galochas como un bofetón. Tomaría el té de las cinco en Oxford sin hacer ruido con la cuchara en la porcelana, pero le faltaría orujo para arreglarlo. Con estos modales, Javier Chamorro (León, 1969) ha encontrado, una treintena de años después de aquellos comicios en los que ganó la UCD, su foto colgada de los carteles que la UPL ha pegado por toda la ciudad para proponer alcalde. Los mira y todavía se encuentra extraño, como el gato que recibe el reflejo del espejo, pero hace más de dos años que decidió saltar por la ventana, se cerró la hoja con la corriente de la puerta que habían abierto desde afuera y le quedó la sombra en la boca del perro que le había hecho de niñera. Reescribió la aventura de Peter Pan, pero al revés: quiso crecer políticamente y corrió el riesgo de perderse para siempre en el País de Nunca Jamás. Dos años y medio después de la moción de censura -cuando pensó que ganaba con la treintayuna por ser mano, pero se olvidó que Rodríguez de Francisco tenía la real - acumula los suficientes costurones o, por lo menos, suficiente hondos, como para haber levantado la voz el último otoño para reclamar su legitimidad a ser el aspirante. «Tiene un corazón tan grande que, a veces, más que para político, se podría decir que vale para formar parte de una oenegé que quiere salvar vidas en África», concede uno de sus compañeros de formación, acostumbrado a recibir llamadas a las doce de la noche para volver a tratar, después de una intensa jornada de rumio neuronal, una asunto que nació en el desayuno. Casado y sin hijos, procurador de los tribunales, contador de chistes compulsivo, guía incansable de la montaña leonesa para urbanitas nacidos a la moda del turismo rural, despistado vocacional que no olvida una frase pero puede dejarse la minuta de un juicio en el cajero, Chamorro no duda al citar el nombre de tres amigos que lo empezaron a ser en la adolescencia y aún frecuenta -«Víctor, Gema y Alegre», recita-, ni al convocar la figura más influyente en su vida -«mi tío Pepe Quirós, que es como un padre desde que murió el de sangre cuando tenía 6 años». Pero, aunque su pinta de galán tolerable para potenciales suegras y su mirar miope con gafas de pasta no desmientan los argumentos por los cuales podría hacer el papel de San Manuel Bueno Mártir en una película de Garci, Chamorro ha decidido esta vez recordar la frase que repetía su padre: «De bueno a tonto, no hay más que un paso... y el último es el más peligroso». Ahora, queda por ver si las urnas le cosen la sombra al cuerpo. Mientras, de vez en cuando, todavía da algún salto para jugar con ella.