Uno de los nuestros
PARA DEDICARSE a la política, me decía antaño un ex presidente de Diputación cuando yo era un pardalín «hay que ser rico o funcionario». Luego redondeaba la frase como Napoleón, porque él era catedrático de francés y no se fiaba de la próxima legislatura: «Tener retaguardia». Efectivamente es así. Se mete uno a alcalde y, o tienes la jeta de Gil y Gil y te forras, o acabas en la trena con una camiseta a rayas como la del Atlético de Madrid, pero a lo horizontal, como los volantes de la Pantoja cuando a poco acaba en la cárcel, llámese Villahierro o calle del Parque, sin número, ¡qué bonitos nombres para chalés! O eres funcionario con el sueldo asegurado de vuelta por si vienen mal dadas al cabo de cuatro años. Los hay también que ni fu ni fa, estilo Amilivia o Zapatero y que nunca han dado un palo al agua ni hecho la mili. Estos últimos no son de los mejores. Acaba de decir el candidato socialista a la alcaldía de León, Francisco Fernandez, que «si no gano me iré, porque tengo casa y trabajo». Éste rompe la regla, porque ni es rico ni funcionario. Ideologías aparte, que a servidor no le cuadran con las suyas, creo que es de los nuestros. Repase el lector y empiece por donde quiera la lista de candidatos que tenían casa y trabajo antes y después del cargo. Y no es por señalar. La política se ha convertido en una profesión donde entras de aprendiz o de mamporrero sin pedirte título ni estudios ninguno, como Pepiño Blanco, y te quedas para toda la vida. Algunos hasta crean dinastías, como los Borbones y luego viven como si tal. De vez en cuando las cosas vienen mal dadas, pero de ellos se dice como de los que votamos: ni olvidan ni aprenden y vamos ya por la tarara de generaciones y quintas de alcaldes que viven del cuento. Según el viejo profesor Enrique Tierno Galván, ex alcalde de Madrid de mirada paternal con gafas allá en los ochenta, al que algunos de los suyos definían, sin embargo, como una «víbora con cataratas», debería pagarse a los políticos en el cargo justo un peseta más de lo que ganaban anteriormente en su oficio. Tenía, efectivamente, lengua viperina, porque, de haberle hecho caso, el sueldo de muchos sería ese: una peseta. El propio presidente del Gobierno no llegaría al salario base.