Diario de León

Perfil | Francisco Fernández

El hombre que saltó la red

Alcalde y portavoz de la oposición en un mismo mandato, mira para atrás y es consciente de que si no es lo primero, no será nada en los próximos cuatros años

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A. Caballero - león
León

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Cuando los miembros de la agrupación local de Laciana, que custodiaban la puerta de entrada desde temprano, entraron en el conservatorio y se encontraron sentado en la mesa a aquel afiliado con cara de chaval, dispuesto a presidir el congreso provincial del PSOE y acreditar al resto de compañeros por ser el primero en llegar, creyeron que era una aparición. No alcanzaron a santiguarse, pero bien hubieran hecho, porque en aquel momento, con ese gesto de anticipación, se consolidó el encofrado del zapaterismo en la provincia y el destierro de los críticos abanderados por Pedro Fernández y Alberto Pérez Ruiz, entre otros. Tenía las llaves, entró por la puerta de atrás y mandó. Luego, intentaron tirarle por la ventana y se dieron cuenta de que los gatos siempre caen de pie. Ese trance, en el que León ha patentado, por medio de la lucha leonesa, el dicho de que más vale maña que fuerza, persigue a Francisco Fernández (León, 1955) desde niño: si hay que saltar un obstáculo demasiado alto, mejor hallar un plan alternativo para pasar al otro lado. No se entiende sino cómo el guaje pequeñuco y tirillas, que corría pelotas por las pistas de las instalaciones del Casino Club Peñalba, llegó a ser el mejor tenista de la su generación, campeón provincial varios años seguidos y promesa nacional no confirmada por la negativa de sus padres a que se trasladase a la residencia Blume de Barcelona. En la mitad del camino se quedó también en los estudios. «Tuve que empezar a trabajar para alimentar a mi familia y no pude ir a la Universidad», resume al recordar que la jornada laboral en Caja España iba de las 08.00 a las 15.00 horas y que, por la tarde, se metía desde las 16.00 a las 22.00 horas en la cancha para dar clases de tenis. Pero hasta de esta falta de academicismo sacó una ventaja por encima del resto de competidores. Mientras los demás cogían apuntes al dictado en el aula, él perfeccionaba las artes del perfecto compañero de mus: escuchar, mirar, entender los gestos, saber que un farol propio es un riesgo y uno ajeno un peligro, no morder más de lo que se puede tragar, descartarse el último, hacer juego con la boca y dar conversación sin llevar la contraria a nadie. Estos argumentos ?que le hicieron vicepresidente de la Diputación con custodia de la guadaña, candidato y alcalde después de que pareciera que no le conocía nadie? hacen que sea visto por los jóvenes como un político sin fotos en sepia y por los mayores como el vecino que les sube el pan los días de lluvia que pueden coger catarro. Pone cara de atención, lo mismo cuando se le habla de un bache en la última calle del barrio más alejado que si le recitan un monólogo sobre el progresivo enjevecimiento de la población noruega; sonríe para acentuar su irrefrenable onda expansiva de empatía; y dibuja un escenario para mostrarse útil. «Cómo no va a ser así. Su padre era el que le ponía los cafés, las copas y los puros al padre y al abuelo de Amilivia. Ahora, una generación después, resulta que el peón y el rey valen lo mismo que a las damas», explica un viejo militante socialista apegado al discurso de clase. Abuelo reciente de un niña que se llama Irene, hija de uno de sus dos hijos, no ha abandonado la costumbre de jugar las bolas sobre la línea, en los ángulos más escorados, y estudiar el partido consciente de sus limitaciones. Saque y volea es el camino más corto..., pero el que pasa la red y se asienta en la cancha, nunca pierde.

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