Dolor, llanto, desconsuelo y rabia en el adiós a los soldados
«¡La vida de nuestros hijos es lo más grande y no tienen seguridad suficiente!», espetó al presidente la madre de uno de los fallecidos. Zapatero contestó: «Hacemos lo que podemos»
Dolor, llantos desconsolados, emoción y rabia contenida. Así despidieron ayer las Fuerzas Armadas y sus familiares a los seis militares asesinados en el Líbano en un funeral de Estado que se celebró ayer en la Base Príncipe de la Brigada Paracaidista (Bripac) de la localidad madrileña de Paracuellos del Jarama. Lo presidieron los Príncipes de Asturias, en representación de los Reyes, que se encuentran de viaje oficial a China, y estuvieron presentes, entre otros el presidente del Gobierno, acompañado de la vicepresidenta y ocho ministros, los representantes de las más altas instituciones del Estado y Mariano Rajoy. Nada más llegar, Don Felipe, vestido con uniforme de comandante del Ejército, y Doña Letizia, de riguroso luto en su primer acto oficial tras dar a luz a su segunda hija, se acercaron al lugar donde se encontraban los destrozados familiares, a los que dieron el pésame, abrazaron y trataron de consolar. La princesa no pudo contener las lágrimas mientras les daba ánimos. En la explanada se erigió un altar en el que se colocaron tres banderas, dos españolas y una colombiana, junto con la leyenda «Honor a los que dieron su vida por España» y seis antorchas encendidas. Los féretros de los seis militares llegaron a hombros de 48 compañeros, que llevaban un pañuelo amarillo al cuello, del símbolo de su pertenencia a la Brigada Paracaidista, mientras sonaba la marcha fúnebre. Los sollozos de las seis madres que han perdido a sus hijos de entre 18 y 21 años resonaban cada vez con más insistencia en medio del silencio del acto castrense. El arzobispo castrense, Francisco Pérez, que ofició la misa, rindió homenaje a los caídos «por las fauces de la violencia y por seres sin entrañas, que sólo tienen vísceras inhumanas» y dijo que han «entregado su vida por un mundo necesitado de paz». El Príncipe impuso a los féretros las cruces al mérito militar con distintivo amarillo. Al término del funeral, una mujer dominicana, madre del cabo paracaidista Iván Méndez, destinado en la base de Marjayún (Líbano), se dirigió directamente al presidente del Gobierno para increparle. «¡La vida de nuestros hijos es lo más grande, señor Zapatero, estos muchachos no pueden ir sin protección!», le espetó visiblemente nerviosa. La mujer le recriminó que no hubiera inhibidores en el blindado. «Señora, hacemos lo que podemos», le respondió Zapatero, que intentó calmarla. María Teresa Fernández de la Vega la cogió la mano, pero la madre no se calmaba. «¡Estaban luchando por España y ustedes no los han protegido, no hay derecho!», continuó quejándose. Y terminó con un grito: «¡Viva Esperanza Aguirre!». María Teresa Fernández de la Vega le asió la mano con cariño, pero la madre perdía el control sobre sí misma . Volvió a recriminar al presidente, al que también reprochó la mala situación económica en la que quedan las familias. Tras cinco minutos muy tensos, los equipos de seguridad de Presidencia del Gobierno apartaron a la espontánea, que, ya más tranquila, confesó sentirse «mejor» porque «le he dicho a Zapatero lo que una negra nunca le había dicho al presidente del Gobierno». 140.000 euros Tras el incidente, el Ministerio de Defensa se apresuró a explicar que ya ha empezado a tramitar las indemnizaciones y ayudas para los familiares de los seis soldados asesinados. Según fuentes del departamento que dirige José Antonio Alonso, cada uno de los padres de los militares recibirá una pensión mensual de 1.230 euros libres de impuestos. Además, como todos los fallecidos en misiones de paz, también tendrán derecho de una indemnización de 140.000 euros, una cantidad fijada por un decreto en la época de José Bono como titular de Defensa, que igualó este montante al que reciben los familiares de las víctimas del terrorismo. El militar abulense fallecido enel atentado, Juan Carlos Víllora Díaz, de 20 años, fue despedido ayer en Lanzahíta (Ávila), su localidad natal, entre grandes escenas de dolor y con los aplausos del millar de personas que acudió al sepelio.