Diario de León

Amable hombre antisocial

Docilidad, corrección y encanto solapan la auténtica conducta del criminal que atemorizó a León y Asturias entre 1989 y 1990, afectado por graves desórdenes mentales

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M. Romero - león
León

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Con sólo 21 años se convirtió en la pesadilla de las mujeres. Las seguía sigilosamente, las arrastraba hasta un lugar oscuro y allí las propinaba brutales palizas antes de violarlas. Quienes trataron con él antes y después de pasar por prisión le veían como una persona dócil, correcta, encantadora. Pero detrás de esta máscara se esconde un ser antisocial, con graves desórdenes mentales y de personalidad. El único perfil psicológico que ha trascendido de Andrés Mayo -fue en 1991, con motivo de la publicación de su sentencia condenatoria- le dibuja como un hombre con «alta desviación psicopática que actúa de forma impulsiva en periodos cortos, con tendencia a conductas antisociales que se alteran con fases depresivas». El violador del chándal, bautizado así por utilizar esta prenda cuando abusaba de sus víctimas, también tiene tendencia a responder con «impulsos extraños a las normas sociales, aunque las conoce y las comprende». Ejemplo de conducta en prisión Fue la primera vez que psicólogos y psiquiatras evaluaron la conducta del mayor violador en serie que ha conocido el norte del país. Nueve años más tarde, después de que se beneficiase de un programa pionero para agresores sexuales en la prisión leonesa de Mansilla de las Mulas, la segunda valoración del violador del chándal concluyó que aún era «incapaz de identificar la motivación que le había conducido a agredir sexualmente a las mujeres», una advertencia que llegaba tarde puesto que ya había disfrutado de sus primeros permisos penitenciarios por «buena conducta». Convenció a tres de dos De hecho, se implicó tanto en el programa de control que su evolución personal convenció a la mayor parte de los miembros de la Junta de Tratamiento de la prisión para que le concedieran el tercer grado el 15 de octubre del 2002, fecha en la que fue excarcelado en contra de la opinión del director de la cárcel y del subdirector médico. Este órgano, integrado por cinco personas para evitar empates, se convirtió en su gran valedor gracias al apoyo que obtuvo de su psicólogo, su educador y el subdirector penitenciario. La lógica indignación de sus víctimas y el clamor social contra la prematura liberación de Andrés Mayo no impidieron que el juez de Vigilancia Penitenciaria, con el informe favorable del fiscal, le concediese un beneficio que se tradujo en la reducción efectiva de su pena a una décima parte de la condena impuesta por la Audiencia Provincial de León: 106 años por cuatro violaciones y siete tentativas. En el sonado juicio contra los delitos que se le atribuyeron entre octubre de 1989 y el mismo mes de 1990 fue absuelto de otras cuatro agresiones sexuales al no haber sido identificado por las víctimas durante la rueda de reconocimiento. Se acogió al nuevo Código Penal Tras haber conseguido una revisión de su sentencia en el año 1995 logró acogerse a los beneficios penitenciarios del nuevo Código Penal. Su excarcelación entró en el supuesto de que se había observado buena conducta y que tenía un pronóstico individualizado favorable a su reinserción social, además de que había sido clasificado en tercer grado el 17 de septiembre del 2001 y que ya había cumplido doce años de cárcel, es decir, más de las tres cuartas partes de la condena absoluta que permitía el Código Penal (20 años). Ya en la calle, Andrés Mayo buscó un trabajo estable. Fue contratado por la misma empresa para la que estuvo realizando algunas tareas dentro de la cárcel. Pese a tener la oportunidad de alejarse de sus víctimas y de recibir una oferta de empleo en Galicia, decidió quedarse a vivir en León. Contactaba semanalmente con la dirección de la prisión y, una vez al mes, su psicólogo analizaba la evolución de su comportamiento social. Trabajador y cooperante de ONG A pesar de todos estos compromisos, que incluían una visita quincenal a los servicios sociales del centro penitenciario, el violador del chándal inició su nueva vida. Empezó a colaborar con una ONG, donde, dicen, intentó asumir una actitud positiva hacia las personas. También rehizo su vida sentimental con una veinteañera que conoció durante uno de sus permisos. La prometió una boda por el rito católico, pero el Obispado de León se negó a celebrar la ceremonia. No se pudo casar por la Iglesia No sin polémica. Una comisión diocesana promovida por el obispo decidió no firmar el expediente de libertad y soltería que se exige a cualquier pareja antes de concebir el matrimonio, pero sólo por razones íntimas de la familia. La Iglesia descartó que su decisión tuviese algo que ver con la condena de 106 años que le fue impuesta a Andrés Mayo por sucesivos delitos de agresión sexual. La información llegó a los contrayentes el mismo día en que se iba a celebrar la boda. Andrés Mayo sólo tuvo que dar muestras de una conducta socialmente aceptable para que su pena quedase totalmente extinguida, circunstancia que se produjo en el año 2004. Finalmente, como parece, se estableció en La Coruña. Joven y reincidente «Ojalá me equivoque, pero es muy joven y hay un grado alto de que pueda reincidir. Considero que el violador del chándal no ha pagado lo que hizo porque este tipo de delincuentes tienen la actitud de que le han hecho un favor a la mujer. Diría que el 99% no saben por qué fueron a prisión», declaraba a este periódico el popular criminólogo Francisco Pérez Abellán ante la puesta en libertad de Andrés Mayo, esa que sus víctimas no lograron ni logran entender.

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