El papel es fino pero duro

Viste de negro y chapurrea sólo un poco de español, pero ayer se le entendió claro hasta sin la mediación del intérprete. «Realmente no se ha hecho nada», sentenció Dominique Perrault para cerrar el círculo de las manifestaciones de segunda mano que anunciaron en marzo, antes de las elecciones, que estaba de acuerdo con el modo en el que se seguía el proceder del proyecto, además de que concedieron que el pago de la deuda del concurso de ideas había sido desembolsado. El gasto fue aprobado por la Junta de Gobierno del consistorio de la capital celebrada el 10 de noviembre del 2006, según se publicitó para exorcizar los fantasmas que meneaban que la infraestructura estaba parada por la deuda del consistorio con Perrault y los otros profesionales del concurso, pero no fue ejecutado hasta esta misma semana. Un hombre a pie puede tardar dos años en llegar a París, un día si va en coche, media mañana cuando viaja en avión. Pero el tiempo que puede transcurrir entre que se reconoce una deuda, se aprueba y se ejecuta el pago en el Ayuntamiento es algo indeterminado, que depende de una serie de conceptos de prioridad en los que para nada influye la lógico y mucho tiene que ver la voluntad de quien manda en ese momento. El papel vieja mucho más deprisa. Por la cualidad de ubicuidad que le da a lo impreso en la celulosa la tecnología, el tránsito puede depender de un clic de ratón del ordenador o de marcar un fax de manera correcta. Mucho más lento ha sido el paso del fallo del concurso al encargo del proyecto. En dos años, ya se está en la segunda estación. Ahora queda por ver quién pone el combustible y en qué porcentajes para llegar al 2011 con la idea viva. Que no pase nada...