OPINIÓN
Una historia áulica
QUE la futura Isabel 'La Católica' estaba destinada a gobernar desde niña parece certero. Formada con los mejores maestros, las más aconsejables lecturas, el conocimiento profundo del latín, los duros años de su infancia, alejada de la corte con una madre que había perdido el juicio, con un hermano varón muy joven, el príncipe Alfonso, y otro en el trono de los reinos de Castilla y de León, Enrique IV, forjaron su carácter. Ya coronada, supo rodearse de historiadores áulicos, capaces de narrar las gestas de un reinado que cambió el rumbo de España y del mundo. Dejaron los cronistas noticia de sus predecesores, aunque con distinta fortuna. De su hermano Enrique IV, páginas cargadas de ironía y aún de desprecio: impotente, torpe en el andar, sucio, mal vestido, desfigurado de rostro, incapaz. De su padre, Juan II, el aval de los derechos de Isabel, una semblanza de persona agraciada, de proporcionados miembros, hombre culto, amante de ceremonias y lujos, buen cantante, mejor bailarín. Lejos del retrato del historiador cercano al poder, la realidad de la antropología que, a través de los huesos de Juan II, apunta una verdad muy distinta¿y desfigurada: la que Isabel, reina, nunca quiso que conocieran los siglos.