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| Perfil | Josu Jon Imaz |

El pactista moderado

Dio un vuelco a la estrategia de su partido e hizo que amigos y enemigos hablaran de un PNV de Imaz distinto al de Arzalluz

Imaz, durante la Diada catalana, en su última intervención pública antes de anunciar su adiós

Publicado por
Ramón Gorriarán - madrid
León

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Con 44 años recién cumplidos el pasado jueves, se va a su casa harto de ser cuestionado, sortear trampas, abortar conspiraciones y mantener continuas polémicas con sus compañeros de partido. Josu Jon Imaz no se presenta a la reelección como presidente del PNV convencido de que su continuidad en el cargo, si es que hubiera ganado la asamblea de diciembre, abocaba el partido a la escisión. Una experiencia que tuvo ribetes dramáticos para el centenario partido en 1984 y que ahora hubiera tenido consecuencias muy difíciles de aquilatar, pero nefastas en todo caso. Sus tres años y medio al frente del Euskadi Buru Batzar sirvieron para dar su apellido al partido. El PNV de Imaz era una referencia política para todos, era algo distinto al PNV de Xabier Arzalluz. Y lo era para el Gobierno, para los socialistas y para ETA, que también hacía, aunque fuera para mal, la distinción en sus comunicados. Este doctor en Químicas, especialista en polímeros, imprimió a su partido un marchamo de moderación y pragmatismo olvidado en los años montaraces de Lizarra y el plan Ibarretxe. Recuperó el espíritu moderado y pactista del PNV, y aunque no llegó a la comunión de antaño con los socialistas, reconstruyó los destruidos puentes de entendimiento con el PSOE, y hasta se permitió el diálogo con el PP. Complicidad con el PSOE Sus problemas, al menos los principales, no estaba fuera del partido: estaban dentro, tenía el enemigo en casa. Arzalluz nunca digirió la derrota de su delfín Joseba Egibar y éste emprendió una campaña de acoso y derribo. El que hasta diciembre será líder del PNV se colocó en la misma longitud de onda política que Rodríguez Zapatero, cosas de la edad, y de Alfredo Pérez Rubalcaba, cosas de la química. Pero ese mismo comportamiento fue la perdición dentro de su partido. Los sectores soberanistas siempre recelaron de esa sintonía con el PSOE; de sus reparos a la convocatoria del referéndum sobre la autodeterminación anunciado por el lehendakari; de su visión crítica hacia el pacto tripartito que sustenta al Ejecutivo de Vitoria; y de sus coqueteos con la teoría de la transversalidad política en Euskadi, y que no consiste más que en llegar a acuerdos entre nacionalistas y no nacionalistas. Plasmó su pensamiento en la máxima «no imponer, no impedir», una yuxtaposición según la cual los nacionalistas no impondrían el estatus jurídico y político de los vascos, sino que tendría que ser fruto del pacto entre diferentes; y el Gobierno central, a su vez, no podría impedir que lo acordado en Euskadi se llevara a la práctica. Demasiado para los socios del PNV y demasiado para sus críticos den el partido. Ese planteamiento, decían, era dejar la última palabra a los socialistas que tendrían derecho de veto sobre las propuestas nacionalistas. En este clima, cuajó una coalición contra Imaz. Por un lado, Eusko Alkartasuna y Ezker Batua, y por otro, Egibar y los suyos en el PNV. Imaz vio que la situación se hacía insostenible, que la ruptura de abría camino a pasos agigantados. En el acto de apertura del curso político alertó de la desunión, pero nadie esperaba este desnlace.