Diario de León

Familiares de los exhumados del pozo grajero en 1998 creen que no habrá resarcimiento hasta que el Estado admita los crímenes

Memoria contra memoria

Nuevos testimonios revelan artimañas políticas para acallar la causa que disparó la controversia social

El valdeonés Primo Demaría revisa el viejo álbum familiar

El valdeonés Primo Demaría revisa el viejo álbum familiar

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Marco Romero - ponga | valdeón
León

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«Todo el mundo quería taparlo un poco. Pero, ¿cómo se puede callar eso? No se puede callar una injusticia tan grande» ABELARDO GONZÁLEZ, sobrino de represaliado El 13 de noviembre, por la noche, se cumplirán 70 años desde la ejecución colectiva de Lario y nueve años desde que los restos óseos de las víctimas fueran exhumados de una sima de esta remota población de la montaña oriental leonesa. Fue la primera fosa del franquismo exhumada en León de acuerdo a la actuales leyes civiles y penales y una de las pocas que se levantaron en España antes del asociacionismo de investigadores y familiares. Pero más que esa desafortunada marca, el pozo grajero -como se denomina a esta profunda fosa natural- es el símbolo que representa el debate social en torno a la tan controvertida recuperación de la memoria histórica. Los familiares de estos represaliados vivieron la tragedia en silencio durante muchos años y muy discretamente recuperaron años más tarde, pero la perspectiva del tiempo destapa nuevos datos que revelan cómo el pozo grajero desencadenó una ola de concienciación social que nada tiene que ver con la casualidad. Uno de los investigadores leoneses más comprometidos con la causa, Julián Morante, relata ahora cómo viejos guerrilleros asentados en Andorra promovieron y financiaron a pequeña escala las primeras indagaciones para coordinar después una campaña que ha desencadenado en la actual controversia sobre la memoria histórica. Retrato de las familias Entretanto, las familias de aquellos represaliados, retratados en el reportaje «Duéleme la memoria desde el 37» (Diario de León, 15 de noviembre de 1998), vuelven a aportar hoy un testimonio conmovedor sobre los nueve años que les separan de aquella exhumación y opinan sobre lo que les sugiere la Ley de Extensión de Derechos a los Afectados por la Guerra Civil y la Dictadura, en proceso de tramitación. «Si estamos en democracia es porque hubo gente que murió para que España tuviera una democracia», recuerda Primo Demaría Barales, de Posada de Valdeón. Su padre era Primo Demaría Casares, que había sido maestro en Las Rozas. Le detuvieron en Lario junto a su mujer. Les llevaron al comercio de Lupercio y a Primo le quitaron la ropa - «el jersey de mi padre lo llevaba después un falangista», recapitula-. Por la noche los llevaron al pozo grajero. Primo pidió que respetasen a su mujer, entonces embarazada de seis meses. Sólo le ejecutaron a él. Su caso no fue común, puesto que la viuda y el huérfano cobraron una pensión. «La mía era de 18 duros», recuerda Primo. Pese a haber pasado ya nueve años desde que los restos de su padre descansan en el cementerio de Lario junto a los de otros represaliados, asegura que su memoria «no está restituida». «Nunca se ha admitido la verdad de cómo murieron», lamenta. Demaría se muestra muy crítico con «la derecha», en quien detecta «poco respeto». Se siente especialmente dolido por la reciente entrevista a Jaime Mayor Oreja, en la que eludió condenar el franquismo. «Ellos estarían bien con Franco porque el que está arrimado al peral coge las peras, pero yo, siendo un niño, tuve que coger un billete y emigrar», confiesa. El «Cara al sol» también divide Primo Demaría añade que «los que dicen que la ley de la memoria divide son aquellos que les gusta cantar el Cara al sol ». Uno de los recuerdos más cercanos que tiene de los días en los que se exhumó la fosa donde había sido arrojado su padre es el silencio de los políticos. «Había muchos que no querían que aquello se supiera», asegura. Sobre este asunto abunda el entonces concejal del Partido Asturianista (PAS) en Oseja de Sajambre, Julián Morante, también pieza clave para la recuperación de la memoria en León. Prisas por cerrar el episodio «Al PP le corría prisa cerrar el debate del pozo grajero y precipitó el acto de enterramiento como si hubiese terminado todo. El PSOE, por su parte, se desmarcó de los primeros acuerdos», recuerda Morante, quien añade: «En 1999 la Diputación encarga al alcalde de Burón el enterramiento de los restos del pozo grajero y un entierro familiar. Así se cortaría la resonancia en la prensa. Todo ello salido de las ejecutivas provinciales del PP y el PSOE, ésta última con José Luis Rodríguez Zapatero como secretario provincial de los socialistas leoneses». El acto homenaje se hizo en el cementerio de Lario. Allí acudieron los familiares, algunos nonagenarios, de las víctimas. Entre ellos estaba Abelardo González Muñiz. Reside en Tanda, en el concejo asturiano de Ponga. Es sobrino de Celesto Muñiz de Diego. Abelardo tenía cinco años cuando las fuerzas franquistas irrumpieron en casa de su tío y se lo llevaron cuando estaba comiendo. De ahí lo trasladaron al cuartel de San Juan de Beleño, donde siguió la misma suerte que parte de los arrojados al pozo grajero de Lario. El testimonio del único superviviente ha sido esencial para recrear los últimos momentos de la vida de estos represaliados. Ruta hacia la muerte Tras su captura fueron desnudados y atados de manos con finas alambres. Arrinconados en el cuartel asturiano padecieron brutales palizas. Sus ejecutores les pasearon y les llevaron a pie por un abruto camino desde las montañas de Peloña, en la vertiente asturiana, hasta la localidad leonesa de Lario. Allí fueron ejecutados y rematados, y después arrojados al pozo grajero. El tío de Abelardo dejó dos hijas y una mujer. Supieron de su muerte de forma anónima. Alguien dejó una nota en casa de sus padres que decía: «No busques más a Celesto que lo echaron muerto al pozo grajero». Pasaron 61 años hasta que los restos de Celesto, como los de muchos otros, fueron exhumados y llevados al Juzgado de Cistierna, que llevó la instrucción del caso. «De aquella [por 1998] aún no se podía hablar mucho. En las primeras reuniones nos decían que no convenía que las cosas se fueran de madre. Todo el mundo quería taparlo un poco», asevera Abelardo, convencido de que «había miedo a que se señalara a algunas personas». Pero él no quiso silenciar durante más tiempo la historia de su tío y de los que fueron ejecutados con él. «¿Cómo se puede callar eso? No se puede callar una injusticia tan grande». Venganzas y celos personales Abelardo opina que «eso no fue sólo una guerra, fue también una posguerra. Venganzas, celos personales..., todo valía para quitarse a alguien de encima». Y eso fue lo que ocurrió con su tío. «Un malquerer», repite. «El ejecutor de mi tío era amigo de mis abuelos, los padres de Celesto. Si quisiera lo podía haber salvado», se lamenta. «Siempre dije que, cuando fuera mayor, me ocuparía de la muerte de mi tío», comenta ahora. Se fue en 1952 a Montevideo, donde estuvo 35 años. Al volver, renovó el recuerdo. «De aquella, como no se podía hablar ni preguntar... Pero sabía que el ejecutor andaba por Castilla, así que pensé en encontrarme con él, y no con buenas intenciones. Mi idea era quitármelo de encima», afirma. Abelardo cree que la memoria de su tío «no está recuperada» porque para ello «tendría que reconocerse lo que estuvo bien hecho y lo que estuvo mal». «Si hablamos -agrega- habrá quien le guste la Guerra Civil, pero a mí no me gusta ninguna guerra». Peregrinación a Tanda En la misma localidad asturiana reside el hijo y la nuera del único superviviente de las ejecuciones de Lario, Jacinto Cueto. En una conversación larga y relajada, Manuel y María confiesan que «mucha gente no quería saber nada de una historia que no es mentira». Su casa fue durante muchos años el centro de peregrinación para los familiares de muchos represaliados en la montaña leonesa. Pronto se corrió la voz de que el superviviente residía en Tanda y, con los años, la gente se ha ido acercando para conocer las últimas horas de los suyos. Gracias a ese testimonio, hoy se puede poner rostro y biografía a muchos de los que fueron ejecutados en Lario, a pesar de la discreción que ha caracterizado a esta familia desde que fallaciera Jacinto. Él tuvo la «suerte» de no ser rematado antes de ser arrojado a la profunda sima, donde sobrevivió diez días hasta que un anónimo le sacó con una soga tirada por un burro. Jacinto estuvo seis meses oculto en el desván de su casa. «Y al que no le gustó, calló la boca», afirma María. La perdición de un cabo A unos pocos kilómetros, en la localidad de Abiegos, reside María Florentina. «Lo embullaron , lo llevaron y lo echaron a una lierza allá por Castilla», dice al referirse a su cuñado José de Diego Sariego, que siguió la misma suerte que el grupo de Ponga. «Era un hombre muy listo. Estaba de cabo, ésa fue su perdición», se apena la nonagenaria. Supieron de él «por uno de Castilla». No se habló más. Como tampoco se hizo del hermano de Florentina, a quien también lo mataron. «Era cobarde y lo ejecutaron cuando hacía la mili», dice. Nueve años después de aquel episodio, llama la atención los pocos testigos directos que quedan. Los mayores han ido muriendo y en los jóvenes no queda memoria. «Si estamos en democracia es porque hubo gente que murió para que España tuviese una democracia» PRIMO DEMARÍA, valdeonés, hijo de represaliado «Mucha gente no quería saber nada de una historia que no es mentira. Vinieron muchos a preguntarnos por el paradero de los suyos» MANUEL CUETO, hijo del único superviviente «José de Diego, mi cuñado, era un hombre muy listo. Estaba de cabo en el bando republicano, ésa fue su perdición» MARÍA FLORENTINA, familiar de represaliado

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