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Con la fe en la maleta Marruecos localiza una patera con 54 subsaharianos cerca de Nador

El 89% de las mujeres inmigrantes era creyente al llegar a España pero una vez aquí su religiosidad cae hasta el 70% con el argumento de que les falta tiempo para practicar

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Manu Mediavilla - madrid efe | rabat

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El 89% de las mujeres inmigrantes era creyente cuando llegó a España, y un 82% practicaba su religión, pero este ejercicio cotidiano de su fe disminuye hasta el 70% una vez aquí. Entre los motivos, el 61% señala la falta de tiempo, relacionada con su necesidad de trabajar y sus habituales largas jornadas laborales, y el 8,5% la poca accesibilidad a los lugares de culto, aunque un 21% argumenta que «vale con creer». Esos datos femeninos, extraídos de un estudio sobre integración de población extranjera realizado por la Cátedra de Inmigración de la Universidad Francisco de Vitoria, retratan un colectivo de mujeres muy religiosas y que sitúan a Dios en un lugar preferente (el primero para el 42%) de su escala de valores. Sin embargo, como precisa el codirector de la cátedra, Miguel Osorio, la práctica de esa fe disminuye conforme se prolonga su estancia en España, y mientras un 70% asegura mantener sus creencias, un 15% confiesa estar perdiéndolas y un 3% haberlas perdido ya. Rechazo minoritario Sólo un 9% reconoce, por otra parte, haber sentido rechazo hacia sus prácticas religiosas, sobre todo en forma de «discriminación o poca tolerancia» (el 36% de ese grupo reducido), pero también de «mirada con miedo o con odio» (14%). Los colectivos más afectados por ese problema son el musulmán y el protestante. En el caso de las creyentes musulmanas, la décima parte se queja del «desconocimiento del Islam» por parte de la población española (7%) y de la asociación «Islam igual a terrorismo» (4%) que hacen todavía muchas personas. El estudio, presentado en el Congreso «La mujer inmigrante. Retos y oportunidades» celebrado esta semana en Madrid, incluyó a un 67% de católicas, un 11% de ortodoxas, un 9% de musulmanas y casi un 5% de protestantes y de evangélicas. Y su análisis en clave femenina sigue la pauta de la investigación general, que apenas registró una ligera mayor presencia de creyentes islámicos (14%, junto al 63% de católicos y 12% de ortodoxos). Quienes más practicaban su fe en su país eran los hombres y mujeres marroquíes, y los que menos, los chinos, búlgaros y argentinos. Ya en España, marroquíes y ecuatorianos son los más practicantes, al revés que argentinos, rumanos, chinos y búlgaros. Respeto y diálogo Al pasar de las estadísticas al ámbito cotidiano, la marroquí Khadija Mesrar, filóloga y mediadora intercultural para mujeres, se lamentó en el Congreso de que pervivan los «estereotipos sobre mi cultura». España y su país, añadió, están a sólo 14 kilómetros de distancia y tienen «ocho siglos en común», pero persiste una especie de «miedo instintivo», que a ella misma le «obliga a explicar que no soy lo que se piensa de mí». En su propia experiencia, «molesta cuando se sufre», no falta el «estereotipo del morito ladrón» que hace «esconder su bolso a una señora española al paso de dos mujeres que hablan en árabe». Y también ha sentido las «miradas de inquietud» ante sus rasgos magrebíes, por mucho que se tornaran en «tranquilidad al hablar con un europeo» en un fluido castellano. Mesrar ha constatado que «el velo genera intranquilidad», pero aclaró que «muchas mujeres lo llevan por libre elección, y no deberíamos hablar siempre por ellas», máxime cuando «sólo por tomar esa decisión» han visto cambiar negativamente la actitud de la gente a su alrededor. Citó el caso de una marroquí que, tras 18 años sin problemas en España, sufrió «insultos y rechazo hace tres años cuando decidió llevar el velo», que le dolieron aún más porque «esta es ya su ciudad y tiene derecho a tomar esa decisión por motivos religiosos». La mediadora intercultural reivindicó el «Islam como religión de paz» y rechazó la «especialmente dolorosa simplificación de identificar prendas de vestir árabes con actividades terroristas». Lo más importante, dijo, es «conocer y dialogar», porque la «integración es respetar y que te respeten. Desde el respeto -remachó- llegaremos a entendernos». Una idea compartida desde el catolicismo por Pilar Samanes, directora de la Comisión Episcopal de Migraciones, que sugirió «no considerarse los únicos poseedores de la verdad» y «meternos en la piel del otro para sentir cómo se siente mirado por nosotros». El fanatismo, apostilló, es «una degeneración de la propia religión», una muestra de que «estamos entendiendo mal lo que Dios nos quiere decir». La Marina real marroquí interceptó ayer una embarcación con 54 subsaharianos a 45 kilómetros al oeste de Nador (norte) que pretendía cruzar el Estrecho de Gibraltar hacia España, según fuentes oficiales. Se trataba de una embarcación neumática con un motor de 25 caballos y que fue interceptada frente a las costas de la localidad de Beni Chiker, informó la agencia MAP. Los inmigrantes subsaharianos detenidos fueron trasladados al puerto de Nador, próximo a la ciudad autónoma española de Melilla, y allí fueron puestos a disposición de la gendarmería. El Alto Representante de la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, Javier Solana, ha instado a España y a Marruecos a recuperar la confianza mutua y, tras admitir que las relaciones entre ambos países pasan por «dificultades instantáneas», ha confiado en que «se superarán» para lograr acuerdos de inmigración.

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