El niño que veía pasar a los presos
Gamoneda descubrió una placa en la casa donde vivió de niño. Considera que la lápida, con versos suyos, es el reconocimiento de León a los represaliados por el régimen franquista
Un puñado de amigos, sus hijas y decenas de periodistas aguardaban ayer a Antonio Gamoneda en la casa donde pasó su infancia. Su madre, ya viuda y aquejada de asma, lo trajo aquí desde su Oviedo natal, en busca de mejor clima. Entonces era el número 4 de la carretera de Zamora. Hoy es el número 6 de la avenida Doctor Fléming. Es una casita de ladrillo visto de dos plantas, construida en 1930, en la que apenas quedan inquilinos. Sólo una vecina sale a recibirle con los ojos empañados de lágrimas. Hace 73 años, un pequeño huérfano y su madre ocupaban el segundo piso. Gamoneda no ha olvidado aquel balcón. A las once de la mañana, el poeta leonés, acompañado por su esposa, Ángeles Lanza, y por el alcalde, el socialista Francisco Fernández, llegaba a bordo de un coche municipal. Tras una pequeña cortina de terciopelo rojo se ocultaba una lápida que emocionó profundamente al Premio Cervantes. Precisamente, de su libro Lápidas, se extrajeron los versos que rezan en la placa conmemorativa: «Sucedían cuerdas de prisioneros, hombres cargados de silencio y mantas¿ Cruzaban bajo mis balcones y yo bajaba hasta los hierros cuyo frío no cesará en mi rostro. En largas cintas eran llevados a los puentes y ellos sentían la humedad del río antes de entrar en la tiniebla de San Marcos, en los tristes depósitos mi ciudad avergonzada». Tras esta cita que acuchilla el corazón de quienes sobrevivieron al genocidio y de todos aquellos que no quieren silenciar una de las etapas más oscuras de la historia de España, la lápida explica que en esa casa del barrio del Crucero vivió su infancia el poeta Gamoneda, entre 1934 y 1941. El alcalde afirmó que era un momento histórico para León, porque, en realidad, la placa significa el reconocimiento «a una persona que hace ilustre a nuestra ciudad, que también tuvo momentos malos y buenos». Recordó Gamoneda que desde su balcón veía pasar todos los días cuerdas de presos atados de tres en tres que iban camino de San Marcos. Él nunca vio que regresara ninguno. Más importante que el homenaje personal de la ciudad, el poeta destacó que «se trata del primer testimonio, física, moral y presencialmente, en la ciudad de León, y puede que en España, de un hecho que se relata aquí, partiendo del paso a nivel y en dirección a San Marcos». «Este hecho de carácter represivo es lo que tiene importancia para mí y para la ciudad; más importante que el honor que se me concede». Gracias, añadió el poeta, «por crear el primer testimonio presencial de lo que fue la represión española, que recaía sobre los combatientes fieles a la República y a una forma de Estado que había nacido democráticamente. Gracias en nombre de todos los leoneses». Gamoneda, ya con la voz entrecortada, no pudo ocultar la emoción. Fue entonces cuando dio un sentido beso a su mujer. -Tenemos que ir al Ayuntamiento -le apresuró el alcalde. -Sí, hay más trabajo -replicó el poeta¿.