Diario de León

| Reportaje | Vencer a la violencia |

«Mi vida fue un calvario desde que me casé, ahora soy feliz»

Adelina y Ainhoa, de 60 y 28 años, son dos ejemplos de mujeres que han salido adelante después de años de maltrato físico y psicológico, con el apoyo de casas de acogida de León Prio

A Ainhoa le cambió la vida cuando la admitieron para hacer un curso de conductora de autobús

A Ainhoa le cambió la vida cuando la admitieron para hacer un curso de conductora de autobús

León

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Cuando hace más de díez años se subió a la bicicleta y pedaleó hasta agotarse para tomar un autobús y pedir ayuda, Adelina no sabía aún que había cerrado la puerta a la violencia. «Fui amenazada con una escopeta, me dijo que si no me marchaba me mataba...» Era el último capítulo de la historia de un matrimonio que para ella fue mal desde el principio. Los malos tratos doblaron el tiempo que duró. «Mi vida fue un calvario desde que me casé. Si estuve 22 años y veintidós días viviendo con él, para mí fueron como 44». Más de una vez, los vecinos del pueblo la vieron «llorando dolor, mala y coja a cargar los remolques de alfalfa» y fueron muchas, permanentes, las visitas a la consulta del médico hasta que la enfermera decidió comentar el caso a la trabajadora social. Tras ser auxiliada en el ayuntamiento, llegó a la casa de acogida de la asociación leonesa Simone de Beauvoir con sus dos hijas y sin memoria. «Estuve tres meses que no sabía hacer las sopas de ajo, ni nada; se me olvidó cocinar y ni siquiera podía marcar el teléfono...». A los cuatro meses estaba trabajando como asistenta por horas y a los nueve, con los ahorros y la ayuda de amistades, alquiló el piso en el que vive hoy. Ahora va a cumplir 60 años y se considera una mujer «feliz». «Cambié radicalmente y he podido hacer muchísimas cosas para las que nunca tuve una oportunidad», alega. ¿Cómo lo consiguió? Pues, quede por delante, dice Adelina, que «no es plato de gusto salir de casa y empezar de nuevo. Todo lo que era mío quedó allí». Y añade: «Me ayudó todo: primero la trabajadora social de mi pueblo, luego la gente de la casa de acogida; pero sobre todo, me ayudó el ver que podía defenderme y andar por León. En definitiva, ver que «podía ser autónoma». Convertirse en alumna de la escuela de adultos con cincuenta años significó para ella un paso más en la superación de la vida de maltrato que había sufrido. «Leíamos, escribíamos, hacíamos cuentas... pero, sobre todo, conocí a gente». Después de una década de todo aquello concluye: «El único pesar que tengo es no haber venido antes. ¡Qué santo me alumbraría!». Durante los nueve meses que estuvo en la casa de acogida disfrutó por primera vez en su vida de unos dísa de vacaciones en Almería a través de un programa de ocio que se ofrecía a mujeres y menores en casas de acogida. Ya independizada, y con sus ahorros, ha ido otros años a la playa, a Asturias, Santander y Galicia. Tener amigas, elegir su ropa y permitirse un capricho de vez en cuando... salir a bailar son otras de las cosas que ha podido hacer en este tiempo. Ha trabajado por horas y también como interna, y, en los tiempos más difíciles tuvo que recurrir a la renta activa de inserción (por ser mayor de 45 años porque entonces no estaba prevista esta ayuda para víctimas de violencia de género) y al IMI (ingresos mínimos de inserción). Fue un error, lamenta ahora, «que me dieran de baja en la agraria cuando llegué a la casa...» Ahora sufre dos hernias discales, cada vez se le hacen más largas las escaleras del tercer piso y sólo se permite salir de casa una vez al día. Está de baja por enfermedad. «Mis problemas de salud tienen mucho que ver con la vida que he llevado, ¿cómo no va a influir?», recalca Adelina. Nunca más se ha topado con él. «Si me dijeran que no lo volvería a ver nunca sería la mujer más feliz del mundo». «Le tenemos mucho miedo todas», añade en alusión también a sus hijas. Por eso Adelina ha preferido aparecer con un nombre ficticio y con las manos sobre el rostro. Díez años después de cerrar las puertas a la violencia no cree que pueda borrar algunas secuelas. Ni siquiera la cocina es como antes: «Para que me salga el arroz dulce tengo que ponerlo a mojo», lamenta. «Hace diez años que pasé por una casa de acogida y lo único que lamento, con todas las dificultades, es no haber ido antes» «Yo no quiero compasión. Eso es humillante. Quiero apoyo moral y material. Estuve siete meses en una casa de acogida y es útil, pero tienes que poner de tu parte» MARÍA, una mujer que acaba de salir de la casa de acogida Simone de Beauvoir de León

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