Diario de León

Poeta

«En mis memorias no puedo hablar bien de mí mismo»

El poeta leonés publicará en los primeros meses del próximo año sus memorias, que abarcan su infancia y juventud. Un libro incómodo en el que hablará sin tapujos de la represión en León

León

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Cae la tarde en el jardín. El árbol desnudo, el único de la calle Dámaso Merino, proyecta sombras inquietantes. Antonio Gamoneda cierra los ojos. Es otra vez aquel niño asomado a un balcón de la carretera de Zamora que aprieta con las manos los fríos barrotes mientras ve pasar filas de presos. Van camino de San Marcos. Todavía puede oír los gritos de las mujeres del Crucero cuando se llevaban detenidos a sus hombres. Recuerda cómo a los 6 años, de la mano de un guardia civil, vio a presos limpiar charcos de sangre en los patios de San Marcos... Historias de infancia que pronto verán la luz en forma de memorias. Si se cumplen los plazos, el libro, que abarca sus primeros catorce años de existencia, estará en las librerías antes del mes de abril. Charlamos durante casi tres horas. Rompemos las reglas. Él cuenta cosas que nunca ha desvelado hasta ahora... -Para Machado su infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla. ¿Para usted su infancia son recuerdos de la Guerra Civil? -Cierto, mi despertar al conocimiento, aunque fuese infantil -pero era suficiente-, consistió en que me encontré con el crimen organizado en el barrio del Crucero en el que vivía. Y tenía una doble dirección, por un lado, la de los pistoleros que iban a sacar a los hombres que se suponía de izquierdas, que en el Crucero -el único barrio industrial de León- eran casi todos. ¡Cómo voy a olvidar los gritos de las mujeres a las dos o las tres la madrugada! Y luego estaba, ya avanzada la guerra, el espectáculo de los prisioneros o milicianos de Asturias y Galicia a los que cogían. Como era más discreto ir por el Crucero que por la Condesa, los llevaban por allí hacia San Marcos, para llevarlos luego a Puerta Castillo y a otros penales. León fue un paraíso para los represores. Para mí fue esta la infancia. Desperté a la conciencia con una cercanía a la muerte violenta, que tenía en el Crucero su lugar más «rentable» para los pistoleros, que realmente eran igual que ahora cuando hablamos de los paramilitares de Hispanoamérica. -Ha dicho que en su infancia, desde su balcón, veía pasar cuerdas de presos y que nunca regresó ninguno. Mi abuelo estuvo preso en San Marcos y sí le dejaron salir para que muriera de una neumonía a los tres meses. También fue víctima de la represión, aunque no figure en ninguna lista.... -Sabían que iba a morir y le soltaron. San Marcos, antes de ser uno de los penales más aterradores de España, había sido Escuela de Veterinaria, y había dejado allí un pequeño museo de animales disecados. Hubo un hombre de poca cabeza -un vecino que era guardia civil y hacía labores de intendencia-, que convenció a mi madre para que fuera a ver un caballo disecado. (Es la primera vez que cuento esto, aunque está en mis memorias). Mi madre, inocentemente -porque el guardia civil no era mala persona-, le dejó que me llevara. Me llevaba cogido de la mano, porque tendría yo 6 o 7 años. Yo escuché o adiviné algo raro. Iba por un pasillo, en el cual, uno de los lados era de ladrillo de panderete -sin encalar-; y al otro lado estaban las ventanas que dan al río -hoy ventanas de espléndidos dormitorios-. Me solté de la mano y me asomé a una ventana. No fue mucho lo que vi. Había tres hombres. Uno en cuclillas con la cara tapada; los otros dos, estaban barriendo con escobas de urz y echaban arena en charcos de sangre. Al parecer, estaban limpiando la sangre en los patios en los que se había fusilado a sus camaradas. No vi más que eso. Pero a pesar de tener 6 años lo entendí perfectamente. Luego ha habido gente que me ha dicho que en San Marcos no se ha fusilado. Se fusiló en abundancia en Puente Castro; es verdad que se fusilaba más allí. Pero estos eran los fusilados legales, a los que se les había hecho un juicio sumarísimo; en gran parte de los casos, uno de los jueces instructores era el único pariente cercano que tenía mi madre en León. Luego, por fin, vi el caballo. No sé si es verdad o mentira o lo sentí y no era realidad, quizá era un golpe de luz en los ojos de cristal del caballo, pero pensé y sigo pensando, en términos visionarios, que el caballo estaba llorando. Esa fue mi visita a San Marcos en 1938. -Dice Ana María Matute que el escritor es un ser solitario acompañado de sus fantasmas y obsesiones... -Sí, es verdad todo lo que dice Ana María Matute, pero hay que añadir algo. Esa soledad y esos fantasmas y esas obsesiones se dan en un tiempo histórico, en una circunstancia social y política concreta; y la mía fue la de mi niñez, que me ha determinado para siempre. Mi soledad infantil, mis fantasmas y mis obsesiones se daban dentro de una circunstancia real. Aunque viviera fantásticamente, había un espacio resultante de la sublevación militar, dominado por el crimen; y ese fue el elemento configurador más fuerte de mi sensibilidad en mi vida. La visión humanística y humanitaria habían desaparecido en España, pero en León de una manera especial. Aquí no era el combate de trinchera a trinchera -de Pola de Gordón hacia el Norte, sí-; en León era la organización del crimen. León era un campo predilecto para los pistoleros, especialmente para los hermanos Borge, que vivían cerca del río -luego fueron a vivir a Conde Guillén-. Cuando se organizó el maquis -que iba a por ellos, aunque no lo consiguió; y que fue a por el pariente más cercano de mi madre en León, el juez instructor del juicio sumarísimo-, a la orilla del Bernesga, a un kilómetro del Crucero por la carretera de Caboalles, me encontré con gente a la que estos pistoleros habían matado. Vi cómo los recogían. -¿Cómo va su libro de memorias? -Primero diré que el libro empieza, con lo que son recuerdos propios, en julio de 1936, es decir, con la Guerra Civil; y llega hasta el día en que cumplo los 14 años, en el que se produce un cambio muy fuerte en la reorientación de mi vida. Hay también recuerdos heredados, que son anteriores a mi capacidad de recordar; picias de la vida familiar, que estuvo condicionada por la revolución del 34 y, dos años después, por la Guerra Civil, que nos dejó sin nada. Y, a partir de ahora, están mis memorias hasta el 30 de mayo de 1945. -¿Y cuándo verán la luz? -Creo que ando por la tercera reescritura. Pienso que sea la última. Si no me hacen viajar demasiado, podría acabarlas este año. Y publicarlas, creo que no tendría demasiados problemas editoriales; de los otros, creo que igual los tengo, por los nombres y apellidos que aparecen. No puedo hablar bien de todos; incluso, no puedo hablar bien de mi mismo. Creo que saldrá publicado en los tres o primeros cuatro meses del próximo año. -¿Recuerda en qué momento decide ser escritor? -Perfectamente. Una cosa es que decidiera serlo y otra que actuase como escritor. En 1936, cuando tenía 5 años, se iniciaba el ingreso en párvulos. Como se da la circunstancia de que el profesorado leonés fue reprimido y expurgado muy duramente, las escuelas estaban más cerradas que abiertas. Cuando llegué a la edad de ir al parvulario, la escuela de la carretera de Zamora estaba cerrada. Pero yo quería aprender a leer y daba la lata. De entre las pocas cosas que mi madre se trajo de Asturias había un libro. Esa era la biblioteca de mi madre y mía en el 36: un libro. Mi madre me dejó aquel libro. Yo le preguntaba ésta qué letra es¿ así en unos meses se me dio bien y aprendí a leer. El libro era un libro de poesía escrito por mi padre. Entonces se produjo algo que dentro de la orfandad es celebrable, y es que entró en mí simultáneamente el conocimiento de los signos de la escritura y de una ordenación del pensamiento que no tenía nada que ver con el lenguaje coloquial. No sabía lo que era, pero dice Eliot que «la poesía es la aprehensión sensible y directa del pensamiento». Hay un acercamiento al pensamiento que es de naturaleza sensible, que tiene que ver con la plasticidad de la palabra. Yo esto no lo sabía. Pero sí se produjo la experiencia. No sabría analizarlo, pero hay un hecho claro: el conocimiento de los signos de escritura y de un lenguaje y un pensamiento poético que difieren seriamente de la expresión coloquial, se me proporcionó a los 5 años. Ya quería ser escritor. Aquello me magnetizó. -Un poema de Cristina Peri Rossi dice: «Escribo porque olvido/ y alguien lee porque no evoca de manera suficiente».... -Eso se corresponde con una etapa avanzada; una etapa que ha entrado en la madurez. Los recuerdos están dentro del olvido. Cristina tiene razón. -Ahora le llegan los reconocimientos, ¿le compensan por años de trabajo callado y alejado de las cortes literarias? -Me producen fatiga y aburrimiento los cenáculos literarios metropolitanos. Quiero estar en León y que salga lo que salga. Es cierto que los reconocimientos son gratos, y los agradezco, pero el asunto serio está en la pasión de la hoja en blanco; lo otro viene o no, pero yo no me impaciento, ni lo pretendí ni lo busqué. Ahora hasta me abruma mucho. -¿Usted por qué lucha? -Pienso que actualmente mi lucha, en el caso de que la pueda llamar lucha, está reducida a un espacio no sólo íntimo, pero sí cercano, aunque no me privaré de decir lo que pienso en relación con las circunstancias sociales y políticas del mundo en el que estoy viviendo a los 76 años. En todo caso, es la lucha de un hombre cansado, que hizo lo que pudo en los años en los que la moral era clandestina. Durante veinte años (entre los 20 y los 40 años) había algo que no se puede llamar lucha, pero que era una resistencia y oposición a la dictadura y que se desarrolló en la clandestinidad. Ahora sostengo las mismas exigencias morales y sociales conmigo mismo, pero nadie puede pedirme -creo que no-, que sea un gran activista a los 76 años. Diré lo que tenga que decir. Puede que alguna vez sea capaz de adoptar una postura verdaderamente de lucha, pero hay que tener en cuenta la capacidad de lucha de un hombre de 76 años, que lo pasó mal en los primeros años de juventud. Lo pasé mal, no en términos policiales y judiciales, aunque también. Tuve suerte, pero tuve que soportar la desaparición de alguno, porque lo mataron; y otros, porque no podían soportar la presión, se convirtieron en suicidas. -¿Cree que su nieta Cecilia heredará un mundo mejor? -Advierto que el mundo no va convirtiéndose, de una manera justa, en un mundo mejor; pero sí en un mundo que llamaríamos menos duro y más fácil. No me convence, porque esa suavidad, esa menor dureza, consiste en la desaparición o suavización de aspectos meramente formales. Yo tengo libertad de opinión, pero no tengo libertad para usar una casa. Como se ha producido un enorme vacío ideológico, en lo que se entiende por izquierdas, ese vaciamiento de la juventud en particular, es porque han sido las conciencias manipuladas muy hábilmente. La ideología fundamental en la juventud ha sido sustituida por una extraña falsificación del bienestar, que es, simplemente, el consumismo. La gente está más interesada en consumir música, trajes de marca¿ en un fin de semana alegre cargado de copas y cocaína¿ eso son fórmulas de consumismo que, simultáneamente desplazan la conciencia ideológica -¡y encima ganan dinero!-. Los partidos políticos son fórmulas -unas mejores y otras peores- supeditadas al verdadero y casi único poder, que es el económico; mundial, globalizador, empobrecedor en determinadas zonas porque conviene a otras¿ Tienen que sostener y organizar la pobreza. Simultáneamente hay un empobrecimiento ideológico de los jóvenes, que creen estar en la época del bienestar. -¿Dónde empieza y termina la poesía? -La poesía es literatura, pero secundariamente. Es, antes que nada, una emanación de la vida. Existe una literatura que es para proporcionar esparcimiento, placer fundamentado en la ficción, como algunas novelas, porque la poesía puede estar en cualquier género académico. Pero la poesía por naturaleza es mucho más que la ficción. Lo sustancial en la poesía es la conversión en lenguaje y en pensamiento poético del sufrimiento, del fracaso, del temor a la muerte, del amor a la vida del poeta. Eso no es ficción. Y en la manera en que no es ficción, no es literatura. Es una emanación de la vida. -¿Le preocupa lo que digan los expertos en el congreso de literatura que girará en torno a usted? -Estoy completamente desinformado. Sé que una profesora de la Sorbona se va a ocupar de «Cecilia». No sé más. Pienso que abordará aspectos generales. Una profesora de Chile tengo la sensación de que va a hacer un repaso de mi escritura que quizá esté centralizado en «Descripción de la mentira»¿ -Decía el marqués de Bradomín de sí mismo que era feo, católico y sentimental, ¿y usted? -Católico, no; me quedo con lo de feo y sentimental. -Podía haber cualquier adjetivo... -Por analogías con el marqués de Bradomín elijo esas. Y añado algo que no es tan preciso y definido por una sola palabra. Quizá lo que a mí me puede calificar es el que sea capaz de amar una vida que, sin embargo, advierto que es injusta. Una manera de amar esa vida injusta es luchar contra la injusticia. -¿Odia que los críticos le pongan etiquetas a su poesía? -Me trae sin cuidado, tanto si las etiquetas son favorables como desfavorables. Si son estudios críticos serios, no me traen sin cuidado. Poesía del silencio, poesía del lenguaje¿ que digan lo que quieran. -Le faltó citar poesía social. -Negativa o positivamente, toda poesía es social. -Ha conocido personalmente a Blas de Otero, a Celaya, a Pepe Hierro¿ ¿Tiene algún favorito? -Sí, al más disparatado de todos ellos, que era Blas. Incluso, tuvimos un mes de estar juntos a diario. Yo tenía 19 años y él era ya un poeta de treinta y algo¿ -¿Le hace gracia que haya lectores que le descubrieran a partir de recibir el Premio Cervantes? -Me parece normal. La difusión de la poesía es, en la mayoría de las circunstancias, minoritaria. Viene un acontecimiento que sobrepasa esa circunstancia minoritaria, porque sales en la tele, sales con el rey¿; eso que es un mecanismo mediático, modifica las cosas. -A un niño, ¿qué libro de poesía le recomendaría? -No creo en la poesía hecha para niños. A un niño -siendo consciente de que su comprensión iba a ser muy poco asistida por el conocimiento, por la perspicacia inteligible de la complicada semántica que puede llevar la poesía-, le recomendaría el mismo libro que a una persona mayor. Un día mi nieta Cecilia escribió algo parecido a un cuento de cinco líneas. Una de ellas decía: «La luna sangra en el río». Yo dije: esto lo ha sacado del libro de Lorca que le regalé. Pero no, no lo encontré en ningún libro de Lorca. Pero no acabo de creer que una criatura sea capaz de escribir eso. Sigo con la duda. Es un octosílabo perfectamente lorquiano. Un niño puede producir asociaciones lingüísticas que resultan ser asociaciones poéticas por la sencilla razón de que no es prisionero de la racionalidad adulta del lenguaje, porque va al lenguaje por la vía de la adivinación, de la sensibilidad y de la casualidad. -Dicen que si la primera vez que oyes una ópera no te emocionas, no lo harás nunca, ¿pasa igual con la poesía? -Soy poco amigo de la ópera. Me parece que pelea el hecho musical y el representativo. No soy un amante de la ópera. Es muy difícil que a un niño que sea capaz de fijar su capacidad sensible de manera suficiente, porque hay algo que le gusta, es difícil que no le toque por la vía de la sensibilidad, aunque sea poesía superrealista. No tengo problema en leerle Poeta en Nueva York a mi nieta o a la nieta de quien sea. El problema está en los mayores. Cuando el pensamiento ha sido cuadriculado por la racionalización, ese adulto se ha creado una incapacidad para entrar en la condición no irracional pero sí visionaria, transreal, que lleva consigo el lenguaje poético. Puede ser la formación racionalista la que impida el acercamiento a la poesía. -Si le digo que su poesía es pesimista, por su visión trágica de la vida; y optimista, por la belleza del lenguaje, ¿le parece una definición acertada? -Acertada. La poesía que cabría llamar pesimista, al convertirse en poesía, cambia la naturaleza de la sentimentalidad original y se convierte en algo afirmativo para la vida. Las coplas de Jorge Manrique son un poema desolador, por la gente lo lee para proporcionarse algún tipo de placer. ¿Qué ha ocurrido? Una transustanciación, no religiosa, de convertir el sufrimiento en un objeto estético, que es creador de placer. Esa transformación es liberadora para el autor y el lector. El Cristo de Velázquez es un cuerpo desnudo, atormentado, acuchillado, llevado a una agonía en un dolor visible. Pero la contemplación de ese cristo comporta placer. Ése es el poder del arte y de la poesía: la transustanci ación del dolor en placer, en una intensificación de la vida. -A Kafka le marcó profundamente la figura de su padre, ¿a usted le ocurrió igual con su madre? -Sí. Hay seres condicionantes que se proyectan sobre la sensibilidad de las criaturas, que además tienen la potencia que les proporciona la consanguineidad. Son decisivos a la hora de configurar al pequeño ser humano para bien o para mal. -Como huérfana me atrevo a preguntarle: ¿cómo llenó el vacío de su padre? -Malamente, porque mi madre, quizá desacertadamente, me hacía sentir desde muy niño la orfandad. Creaba en mí una consciencia de la desaparición de mi padre que, además, condicionaría, como así fue, nuestras vidas. ¿Cómo lo llevé? He llevado conmigo siempre el sentimiento de orfandad. No lo he llenado plenamente nunca. Pero mi madre, mi mujer, mis hijas y todos los seres humanos -excepto algún que otro cabrón- han sido una manera de reconvertir el que habría podido ser mi amor filial a otro sexual, fraternal, amistoso¿ -Aunque odio las Navidades, recuerdo un villancico precioso que me enseñaron en la escuela. Decía así: «Y un chiquitín charlatán, puesto en la punta del pie, se asoma y dice: José, pónle tu capa, que está nevando¿» ¿Le suena? -Lo escribí hace 40 años porque una maestra de mis hijas, Ofelia, muy cariñosa, inteligente y católica, me lo pidió para cantarlo en familia¿. -¿Qué opina sobre la enseñanza del leonés? -Los seres humanos tienen a veces una propensión a entusiasmarse y a hacerse abanderados de algo, pero el leonés no es nada, es un residuo del bable. Se corresponden, en todo caso, las múltiples variedades -todas residuales del bable-, con una cultura campesina que ha desaparecido. Es como si me preguntas por la cota de mallas; diré que no le hace falta a nadie¿ -¿Cuáles son sus tacos favoritos? -Digo coño; no me jodas; no seas cabrón.... Originalidad, ninguna. -Decían los romanos aquello de «Ibi bene ibi patria» (donde se está bien, allí está la patria). ¿Está de acuerdo con este concepto? -No me entra mucho en la cabeza. Como hay que utilizar nombres y demarcaciones administrativas, mi patria es España. He sentido con más intensidad mi patria cuando era una realidad que merecía una lucha por hacerla mejor. No se ha logrado todo a lo que aspirábamos. Y aquella patria durísima que vivimos en mi juventud se planteaba muy claramente como nuestra patria. -En el periodismo el título es un 80% de la noticia. Usted que es un gran titulador, ¿no le tentó el periodismo? -Mi padre era periodista. Durante algunos años hice algo asimilable al periodismo, porque me ocupé de la crítica de arte. Pero llegué a convencerme de que la crítica en el arte era una manera de comprensión incompleta e insuficiente -no en mi caso, sino en el de todos-. Así que decidí que no había más periodismo crítico.

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