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Semejantes y también iguales

Ochocientos cuarenta años después de que Afonso Henriques, primer rey portugués, fuera liberado por el monarca de León, el presidente de la República acercó al país del otro lado de la Raya

La policía obligó a los manifestantes de Jardines a retirarse atrás

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A. Caballero - león
León

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Aunque a veces no se recuerde «hay algo más que otro país Tras Os Montes», como avistó el alcalde, quien descubrió que «tras la Raya, los leoneses nos encontramos con nuestros hermanos. No con nuestros vecinos sino con nuestros compatriotas... porque aunque ahora todo parezca casi una leyenda hubo un tiempo, no tan lejano, en el que León y Portugal eran uno, en el que era mucho lo que nos unía y apenas nada, ninguna frontera, ningún papel, lo que nos separaba». Resulta que, «casi un siglo después», se ve que «las mismas aguas que nacen y fluyen por parte de la provincia de León vierten al mar por las costas lusas. Y el agua une, vincula más que centenares de pequeñas cosas y salva las fronteras que, con tintes y fines burocráticos, levantan a veces los hombres». «Hoy, apenas quedan dos mil quinientos ciudadanos de origen luso viviendo en nuestra provincia, pero sus hijos, sus nietos, están ya integrados en nuestra sociedad y son leoneses, con todos sus derechos», describió Fernández para resolver que «los compatriotas portugueses han trabajado duramente para sacar a León adelante». Mientras los trabajadores no renovados de Jardines eran obligados a dejar la plaza de San Marcelo para manifestarse desde Botines, el presidente portugués escuchaba los agasajos y tomaba la palabra para mostrar que «Portugal es un Estado de la Reconquista y su formación se relaciona con las luchas dinásticas entre los sucesores de Alfonso VI de León». «Compartimos una memoria cuya referencia fundamental es el territorio. La continuidad de los paisajes se refuerza por la semejanza en los modos de vida», dibujó Cavaco. El relató llevó al mandatario luso a rememorar que «en una batalla entre fuerzas portuguesas y leonesas, en el lejano año 1169, el tantas veces victorioso primer rey de Portugal, Afonso Henriques, fue herido en la contienda, habiendo caído prisionero de su yerno, Fernando II de León, quien trató condignamente a su real suegro» y, «según las crónicas, le liberó a cambio de la promesa de volver en cuanto sus heridas no le impidieses montar a caballo. Entonces, para no tener que regresar, Afonso Henriques decidió no montar a caballo nunca más hasta el fin de su vida». «Casi 840 años después, el Jefe de Estado de Portugal viene a León», proclamó Cavaco Silva, sin caballo, con las heridas curadas y las manos abiertas. Humilde para mostrar que a los dos territorios les conviene pasarse de la Raya.