Diario de León

Pequeños negocios familiares alimentados con mucha artesanía y leyendas antiguas

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A. Núñez - león
León

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Los granjeros de gallos de pluma de La Cándana y sus alrededores alimentan sus gallineros con dos piensos: unos son los naturales de trigo, centeno o maiz y otros las leyendas, que los engordan otro tanto. Según ellos, todo sube en estos días. Lo del grano se ha encarecido con la crisis de los cereales y la leyenda se mantiene. Manuscritos del siglo XVII, fechados en la lejana Astorga, aseguran que las plumas de la Cándana ya eran apreciadas en aquellos tiempos para la pesca con moca ahogada. Son documentos episcopales, mientras otros señores, clérigos o no, andaban cazando gamusinos. Sobre el hecho de que los gallos sólo se crían bien en tres por dos kilómetros de valle hay también teorías poco contrastadas, aunque los de La Vecilla juren que son ciertas. No se sabe de dónde procede el brillo de su plumaje, aunque los criadores juran que viene del suelo. «Hubo un criador que quiso modernizar el gallinero y se gastó dos millones de pesetas de las antiguas hará de eso diez años, poniendo cemento en el gallinero, pero luego tuvo que quitarlo y le costó el doble de dinero para que volviera a irle bien». Según el presidente de la Asociación de Criadores de Gallos de León, Tomás Gil, las cosas se pueden creer o no creer, pero son así. Fuera de allí los gallos «no se dan lo mismo, aunque se los vendamos» y para convencer a los incrédulos cita experiencias. «Los han llevado a Burgos o Guadalajara buscando lugares parecidos a éste, pero la pluma no es la misma, lo mismo que les ha sucedido a los franceses, así que cada poco vuelven todos buscando ejemplares con los que repoblar sus explotaciones, que en calidad no se parecen en nada a las nuestras». Uranio enriquecido Entre los mitos de los gallos de La Cándana figura, para explicar el brillo de su pluma, la teoría de que viven en un suelo rico en radiactividad de uranio sedimentado a partir de yacimientos de lo que los geólogos llaman «falla de Almazcara», donde hasta la guerra civil se explotó una mina de cobalto conocida como la Profunda. Lo más probable, sin embargo, es que los gallos se limiten a dar brillo a su plumaje y cresta atendiendo simplemente a las gallinas en época de celo, alejados como han estado siempre en la montaña de las granjas industriales. La prueba es que todavía hoy se crían con sistemas arcaícos: no menos de una decena de metros cuadrados por animal, refugios para los que después de pelearse con otro macho rival pierden, y perrillos ratoneros, de los que se meten en la madriguera del zorro, para cuidar las gallinas: Levantan apenas unos pocos centímeros, como los gallos el vuelo, si bien no se les acerca ninguno. Hubo un veterinario, Felipe Robla, que llevó algunos ejemplares para recriar el Jaca (Huesca), pero sólo lo ha logrado después de transportar, de paso, unos cuantos camiones de tierra del Curueño.

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