Una auténtica subasta
PSOE y PP compiten en una carrera con tantas promesas y tan variadas que no existe precedente en unas generales en España tras la cautela que impusieron los 800.000 empleos de 1982
Es sabido que una campaña electoral es momento propicio para el lanzamiento de promesas y adquisición de compromisos. Pero lo que ocurre en esta antesala de los comicios del 9 de marzo no tiene precedente en la historia de la democracia reciente. Los expertos atribuyen el bombardeo de ofertas a la igualdad que reflejan las encuestas; sea por esa razón u otra, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy se disputan el favor del electorado a golpe de promesa. La última del candidato socialista: todos los estudiantes hablarán inglés en diez años. Y la del aspirante popular: más dinero para el deporte e incentivos al patrocinio privado de las competiciones. Son las últimas cuentas de un rosario que amenaza con no tener fin. En este escenario, los verbos más utilizados en las informaciones sobre la precampaña son prometer y su sinónimo comprometer. Un esfuerzo fútil, al decir de los expertos, porque el 80% de los ciudadanos suele tener decidido su voto de antemano y lo que digan u ofrezcan los candidatos no altera sus ideas. La estrategia de la acumulación de promesas había caído en desuso o al menos no era el pivote central de la precampaña y la campaña de los partidos. El incumplimiento de la oferta de crear 800.000 puestos de trabajo que, entre otras razones, impulsó a Felipe González hacia La Moncloa en 1982, volvió muy cautos a los partidos, que en posteriores elecciones hicieron gala de una tacañería extrema. No sería hasta mediados de los noventa cuando los partidos recuperaron los anuncios crematísticos, sobre todo fiscales, en las campañas. En esta ocasión, todo empezó en el debate sobre el estado de la nación, celebrado entre el 3 y 5 de julio pasados; el presidente del Gobierno se descolgó en aquel duelo parlamentario con el compromiso de pagar un cheque-bebé dotado con 2.500 euros por hijo nacido. La reacción del PP fue abrupta y las críticas por «electoralismo y demagogia» no se hicieron esperar. Zapatero no se quedó ahí y anunció un incremento del salario mínimo hasta los 800 euros. Rajoy tardó en reaccionar y no fue hasta noviembre cuando puso sobre la mesa una exención del IRPF a quienes ganen menos de 16.000 euros anuales. Fue, con todo, un aperitivo. Con el nuevo año y ya metidos en precampaña llegó la avalancha. Si el candidato socialista se destapaba con una rebaja de 400 euros en el IRPF, el aspirante popular retrucaba con una rebaja de los tipos impositivos máximo y mínimo, así como con una reducción del impuesto de sociedades; si Rodríguez Zapatero ofrecía 300.000 nuevas plazas de guardería gratuitas, Rajoy se iba a las 400.000. Y desde entonces ha sido una continua subasta que incluso llegó al medio ambiente, y aquí Rajoy gana por goleada, prometió plantar 500 millones de árboles, mientras Zapatero se quedó en unos modestos 45 millones.