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«Si esto es un colegio, ¿qué hacen los niños discapacitados?»

La indignación fue mayúscula Excepcionalmente, hubo presidentes de mesa que decidieron sacar la urna a la calle para facilitar el voto La indignación ciudadana por las barreras en los accesos a los colegios, en realidad centros de enseñanza, ev

Una mujer con problemas de movilidad es subida en volandas hasta las urnas, en el instituto La Torre

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Marco Romero - león
León

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«Jornada de absoluta normalidad», se escuchaba a media mañana y en tono optimista de boca de varios políticos. Pero de «absoluta» nada. Si hay una cuenta pendiente de la democracia con los electores ésa sigue siendo la plena garantía de que puedan introducir el sobre en la urna autónomamente, lleguen andando, con bastón o en silla de ruedas. Y de eso se vio mucho ayer. Los obstáculos para acceder a muchos colegios electorales, que en realidad son centros educativos, evidenciaron no sólo el caos organizativo que dificultó el derecho a votar a mayores y discapacitados, sino la situación desesperante que deben padecer diariamente los estudiantes con problemas de movilidad. Doce de mediodía, Instituto de Educación Secundaria La Torre, en el centro de la capital leonesa. Las urnas se encuentran en la recepción del centro, a la que se accede desde una escalera con una pendiente considerable. Considerable para cualquier ciudadano e imposible para el que tenga un problema de movilidad. Los agentes de Protección Civil llevan toda la mañana subiendo a personas mayores en volandas. Es el caso de la anciana que espera en la puerta del instituto a esa hora. Va acompañada de su cuidadora, una joven extranjera, en quien se apoya con una mano. Con la otra sujeta un bastón y a la vez agarra los sobres con su voto. Pero al ver la interminable escalera, se echa atrás. Los agentes de Protección Civil se ofrecen para ascenderla, pero prefiere no votar a ser llevada en brazos hasta la urna. La indignación entre el resto de electores crece. Finalmente, la mujer accede y acepta la ayuda. Dos hombres la sientan en una silla escolar y la suben hasta el hall , donde finalmente vota.

Sin la rampa prometida En ese momento llega otra mujer en silla de ruedas. Días antes, sospechando que se iba a encontrar con el mismo obstáculo de las elecciones municipales, había informado a la Subdelegación del Gobierno y a la Junta Electoral, de quienes arrancó el compromiso para instalar una rampa en el acceso a este instituto. Técnicamente, el Ayuntamiento no pudo adecuar provisionalmente el acceso «porque la rampa llegaría hasta la carretera», indicaron fuentes consultadas, por lo que el problema se reprodujo de nuevo, y además sin necesidad porque el instituto cuenta con un gimnasio a ras de suelo donde fueron colocadas las urnas, hasta los comicios del 2007. Indignada con la situación, se negó a ser transportada y, finalmente, el presidente de mesa decidió sacar la urna a la calle para que introdujera el voto, algo excepcional y seguramente explicado por el aviso previo de la electora.

«¿Si esto es un colegio público, qué hacen los estudiantes discapacitados?», preguntó al aire un extranjero que pasaba casualmente por allí. Las trabas no sólo existieron en este colegio electoral, sino que las dificultades para subir y bajar escaleras, incluso las cuestas para llegar hasta la urna, fueron incontables, pese al apoyo de Protección Civil. Este servicio trasladó a docenas de personas durante todo el día, a pesar de que sólo 80 habían requerido previamente su atención.

Elector 108 Uno de los que más gozó del viaje hasta la urna fue Miguel Suárez Orejas (1899), el abuelo de León. A sus 108 años no le supuso ningún esfuerzo acudir a votar. «Ojalá venga más años, todos los que pueda», afirma con una enorme sonrisa mientras le suben a la ambulancia que le ha trasladado desde la residencia Virgen del Camino, donde reside desde hace varios años. Emérita, una mujer casi nonagenaria y compañera de residencia, le acompañó en este viaje que suele convertirse en un paseo guiado por una ciudad que ya apenas conoce.

Pero no sólo fue el día de los mayores. También lo fue de los extranjeros que ya han conseguido la nacionalidad y que han podido votar por primera vez en estos comicios, como el ecuatoriano Augusto Damiel Zambrano, que ejerció su derecho en el colegio Quevedo: «Hoy me siento más español que ayer». Y de los españoles, hijos y nietos de españoles, que votan por España, como el veinteañero que espera en la cola del colegio Maristas y que dice apoyar a Democracia Nacional para que «cambien las cosas». Hubo mujeres que votaron a mujeres, aun de ideologías separadas, en las listas abiertas del Senado, y gitanos que votaron en grupo a Zapatero -«si gana me tomo un trago de vino»-, hijos que decidieron el voto de su padre y abuelos que dejaron a sus nietos pequeños meter la papeleta «sin sentido».

Uno de los casos más especiales de la capital es el del colegio Ponce de León, rodeado de conventos, por lo que es de imaginar el gran desfile de religiosas que acudieron, en muchos casos enfiladas, a ejercer su derecho. «Han sido las más madrugadoras», advertía un vocal.

Concejales en el colegio En las mesas electorales se produjeron anécdotas de todo tipo, todas blancas. Un padre tenía como suplente a su hijo; en el colegio Quevedo se encontraba como vocal la concejala socialista de León Susana Travesí; en el que solía votar Zapatero se sigue la tradición de votar después de misa, y alguno de los electores llegó a pedir a los presidentes de mesa las papeletas con las que tenía que votar. Y fuera de las puertas de los colegios, los encuestadores a pie de urna . En Pinilla estaban los de Demoscopia para Antena 3 -«a las doce de mediodía ganaba Zapatero por una ligera ventaja»- y en el barrio del Ejido, los de Televisión Española: «A las doce ganaba José Luis Rodríguez Zapatero por solamente dos votos».