Conservadores, globalizados, sin miedo a invertir en el extranjero, pero sí al fisco
El retrato robot de un cliente de banca privada no es fácil de simplificar, pero podría describirse como el de un particular de clase media alta, con un patrimonio que se distribuye entre propiedades inmobiliarias (dos tercios) y de ahorro líquido en cuentas bancarias (el tercio restante), no inferior en su suma al millón de euros. Cómo invertir la segunda parte del patrimonio es el problema, así que acude a entidades especializadas que le garantizan una rentabilidad como mínimo superior a la inflación. En la última década invirtió en ladrillo, esperando una revalorización sin límites, pero ahora se está desembarazando de él, al menos en España, para hacer derivar sus ahorros hacia propiedades con más futuro: paradógicamente las inmobiliarias siguen siendo rentables, pero en el extranjero, por ejemplo, en los antiguos países del Este. Otra característica de este privilegiado cliente bancario es su mediana o alta cultura financiera, que demanda atención continua y en tiempo real, incluso a través de Internet, cuando barrunta que su dinero puede caer en saco roto y no se resigna a dejarlo dormir en una cuenta a plazo fijo. «A veces para sacar mayor rentalibilidad hay que invertir en Asia, con los llamados países emergentes, o en Latinoamérica, que no les asusta: lo que sí les preocupa, como a todos es la fiscalidad».