Zaplana, genio y figura
Después de más de una década en primera línea de la política, el levantino no se resignó al papel de «diputado raso» y eclipsó con su anuncio a Sáenz de Santamaría en el que debía ser su gran día
Cambia el escaño del Congreso por un despacho de alto ejecutivo en Telefónica, un puesto creado a su medida y del que sólo tendrá que rendir cuentas al presidente de la compañía. Zaplana hizo gala de genio y figura hasta el último momento de su vida pública. Iba a ser un día importante para Soraya Sáenz de Santamaría, su sucesora en la portavocía parlamentaria, pues había reparto de cargos en el Grupo Popular y se celebraba el primer pleno ordinario de la legislatura, pero todo quedó opacado por su adiós. Un político como él no podía irse por la puerta de servicio y sin ruido. No. Fue el protagonista de la jornada con una despedida que no por esperada fue menos estrepitosa. Que iba a ser «diputado raso» no lo creyó nadie. Ese traje era demasiado estrecho para alguien que desde hace más de una década se bate en la primera línea política. Siete años de presidente autonómico, dos de ministro y cuatro de portavoz en el Congreso, por hacer un apretado resumen. Con ese bagaje era impensable que Zaplana se fuera con discreción. Ese tránsito de la actividad política a la empresa privada ha servido, de paso, para relegar a un segundo plano, aunque fuera por un día, la batalla que libran Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre. Una refriega en la que el nuevo delegado ejecutivo de Telefónica no se ha significado, al menos de puertas para afuera. Dotado de un innegable olfato político, sabe que ahora las cartas vienen mal dadas y que es hora de replegarse a los cuarteles de invierno que César Alierta tiene abiertos en Bruselas y Praga. Ha dejado caer que su retirada es un hasta luego, no un adiós para siempre, una rotundidad que es desaconsejable en política. Es cierto que estuvo atornillado al sambenito del 11-M en la última legislatura, el atentado en cuya gestión pública jugó un papel capital como portavoz del Gobierno. Pero detrás queda un trabajo impagable para el PP, partido al que llegó en 1990 con el bagaje acumulado durante su paso por la organización juvenil de la UCD, donde coincidió, entre otros, con Ángel Acebes y Javier Arenas. Rápida carrera política Fue llegar y besar el santo. Un año después, este cartagenero de cuna se hizo con la alcaldía de Benidorm. Su siguiente tarea, fue enfrentarse al socialista Joan Lerma en las autonómicas de 1995. La misión parecía imposible. El PSOE era la fuerza hegemónica en la Comunidad Valenciana y nada hacía pensar en un vuelco, pero se produjo. Aún hoy el PP, ahora bajo la batuta de su antaño protegido y hoy acérrimo rival Francisco Camps, controla la Generalitat, gobierna ayuntamientos por doquier y es la fuerza mayoritaria en las tres provincias. Su gestión no estuvo exenta de salpicaduras como el caso Naseiro, la suspensión de pagos de Terra Mítica o una polémica contratación de Julio Iglesias, pero de todo salió indemne. Llamado por Aznar en 2002, se instaló en Madrid y dobló el recodo de su vida política. Tras dos años como ministro, la inesperada derrota de 2004 le situó con los bártulos parlamentarios de portavoz. Un nuevo fracaso, el del 9 de marzo, fue su lápida política.