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| Reportaje | La dura realidad |

«Desconfío porque no sé de nadie que cobre»

Marcelina Gutiérrez, de 73 años, ya ha perdido la esperanza de que la Ley de Dependencia le alivie a ella (y a sus hijas) la carga de cuidar de su marido, que está inmovilizado y sufre demencia

Rogelio y Marcelina, en su domicilio de Villahibiera

Publicado por
A. Gaitero - villahibiera
León

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Marcelina Fernández no tiene ningún título oficial, pero es una cuidadora nata. «Me tocó cuidar a mi tía y a mis abuelas, que fueron las que me criaron, y desde hace once años a mi marido. Pero ahora me pilla con 73 años y ya estoy muy cascada», lamenta. Sufre descalcificación ósea, pero goza de un humor y una entereza que son la envidia de sus vecinas. «Tengo naturaleza y fuerza de voluntad, eso es lo que tengo... pero aún así he tenido que ir al psiquiatra porque esto es muy duro de llevar. No se lo deseo ni a mi peor enemigo, que creo que no tengo ninguno», explica en la cocina de su casa de Villahibiera. Rogelio Zapico Fernández es su marido, las 6.436 personas de la provincia de León que ha solicitado acogerse a la Ley de la Dependencia. Tiene 79 años, está inmovilizado en una silla y sufre demencia senil. Su salud y su autonomía empezaron a caer en picado hace once años. Primero sufrió un infarto y en el mismo año le diagnosticaron un tumor cerebral. Tras la operación quedó afectado de una pierna. Luego tuvo una caída y se fracturó la cadera. Desde la operación está en silla de ruedas. «Lo bueno que tiene es que come bien, pero de trabajos no te digo nada... desde hace un año tengo una hora de ayuda a domicilio, por la que pago 108 euros, y estoy muy contenta, porque la mujer viene le asea, le da el desayuno y lo levanta... A las tres de la tarde viene mi hija y comemos y si hace bueno le sacamos». El matrimonio tiene dos hijas, ambas casadas y con hijos, que se turnan para ayudar a su madre. Todas las noches duerme una en el pueblo. «Mientras mis hijas y yo podamos no le mando a una residencia porque fue un hombre que siempre me trató bien y me privó de nada... Pero todo puede cambiar. Cuando oye hablar de residencias y se da cuenta se le caen unos lagrimones... Yo soportaría dejarle en una residencia». Tampoco quiso trasladarse a casa de una hija a Navatejera: «Aquí tenemos más sitio y si da voces nadie dice nada porque casi no hay gente... pero en un piso. La gente ya sabe como está, pero cualquiera que le oiga y no conozca pensaría que le estoy pegando. En cuanto me ve salir empieza a llamarme: ¡Marcelina, Marcelina...!». La cuestión es que Marcelina confiaba en que la Ley de la Dependencia, de la que tanto ha oído hablar, viniera a aliviar esta situación o al menos reconocieran su trabajo. El 8 de junio se cumplirá un año desde que presentó la solicitud para que valoraran a su marido. En septiembre recibió la visita del equipo de baremación. Y en diciembre recibió el resultado: su marido tiene 84 puntos y por tanto está dentro del Grado III nivel 2 de dependencia. Según los plazos de la ley, el caso de Rogelio es uno de los más de dos millares de dependientes que deberían haber sido atendidos durante el año 2007 en León. Pero a él y a su familia todavía no les ha llegado el turno. «Yo desconfío porque no sé de nadie que cobre; siempre creí que era para que votáramos y a va a ser verdad», apostilla. Dos meses después de conocer la puntuación asignada a su marido junto con el reconocimiento de su derecho a la prestación, recibieron una carta para que firmaran una declaración patrimonial. Su respuesta fue registrada el 10 de marzo en la Junta de Castilla y León. Buenas palabras Desde entonces no saben nada de su caso, pese a que en el escrito les indican que «desde la Gerencia de Servicios Sociales se solicitará su participación o la de su representante para realizar la consulta y en su caso elección entre las alternativas concretas de atención que se le propongan y que resulten adecuadas a su situación». «Yo no sé de nadie que cobre», repite, aunque en este pueblo «sólo había dos con mi marido y el otro ya murió». Le llegó la carta un mes después de morirse, cuando los hijos ya ni se acordaban de que lo habían solicitado y después de que estuvo ingresado más de medio año en un hospital. «Eso si que es peor, que te manden la carta después de estar enterrado», lamenta. «No hay derecho a que prometan y prometan y no hagan nada. Yo prefiero que no den nada y no prometan tanto», recalca Marcelina. Rogelio trabajó durante 47 años como lampistero en Hulleras de Sabero. Es curioso que cuando se le pregunta por su trabajo es cuando ofrece unas respuestas más lúcidas: «Arreglaba las lámparas y contaba a la gente que entraba y salía. Escribía mucho», dice con total coherencia. Sin embargo, no se acuerda de la edad y se pone nervioso intentando decir una cifra. También le gusta salir a la calle a tomar el aire, pero sabe que tiene que esperar a la tarde porque Marcelina no puede tirar de la silla. A veces se olvida y le dice: «Marcelina, cógeme». Los papeles lo aguantan todo Ella sonríe y le pasa la mano por la cara en un gesto que resume toda la generosidad y ternura que hay que emplear cuando se cuida a una persona querida: «Esto es lo que me toca hacer ahora». Poco saben los papeles que ha puesto sobre la mesa de la cocina de la dedicación y el sufrimiento que conlleva la «dependencia». Pero ella ve la cara más positiva: «Hemos llevado una vida buena hasta que le ocurrió el infarto y siempre pienso en la gente que está peor que yo». Es tanta la desconfianza hacia la administración que ni ha querido llamar por teléfono al 902 10 60 60, el número de información sobre la dependencia que le indican en la carta. «¿Para qué, ¿qué me van a decir?», se pregunta la mujer en un gesto de incredulidad. De vez en cuando le preguntan en el centro de salud si sabe algo del tema, pero nada: «Aquí seguimos esperando si quieren mandar algo. Mi marido está mucho peor que cuando lo valoraron», sentencia.

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