Diario de León

La banda buscaba una masacre con una furgoneta con más de 100 kilos de explosivos

ETA mata a un guardia al intentar volar la casa-cuartel de Legutiano

Un total de 29 personas, cinco de ellas niños, dormían en la residencia atacada PSOE y PP se comprometen a lu

El cuartel sufrió daños muy serios por el atentado ocurrido de madrugada

El cuartel sufrió daños muy serios por el atentado ocurrido de madrugada

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Melchor Sáiz-Pardo - legutiano
León

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ETA intentó volar este miércoles el cuartel de la Guardia Civil en Legutiano (Álava) con todos sus agentes dentro. Sin previo aviso, hizo estallar en torno a las tres de la madrugada una furgoneta cargada con unos cien kilos de explosivos. La deflagración sepultó al guardia Juan Manuel Piñuel Villalón, de 41 años, que perdió la vida bajo los escombros. Otros cuatro agentes resultaron heridos. La banda buscaba una masacre. La onda expansiva del potente artefacto, cuyo estallido se oyó a más de tres kilómetros de distancia, destruyó casi la mitad del edificio en el que en esos momentos dormían 29 personas, incluidos cinco niños. Sólo un milagro, aseguran los agentes que sobrevivieron al atentado, evitó que ETA reeditara este miércoles matanzas como las de las casas-cuartel de Vic o Zaragoza. Las tres de la madrugada del miércoles sorprendieron a Piñuel Villalón, que a su muerte deja viuda y un huérfano, de guardia en un edificio de vigilancia anexo al cuartel. Destinado apenas hace dos meses en el País Vasco, su cometido era controlar las pantallas que recogían en directo imágenes del perímetro de las instalaciones militares de Legutiano, a quince kilómetros de Vitoria. Era la única persona despierta a esas horas en el cuartel, el único que pudo ver a través de las cámaras cómo unos desconocidos abandonaban a la carrera una furgoneta Citröen Berlingo a escasos metros del cuartel, en el arcén de la carretera N-240 que pasa por delante del edificio. De inmediato llamó a la Central Operativa para alertar de la presencia de un vehículo sospechoso. No tuvo tiempo para nada más. La furgoneta, que transportaba un artefacto cebado con entre 100 y 300 kilos de explosivos, según las primeras estimaciones de los expertos, estalló mientras Piñuel Villalón hablaba al teléfono con sus compañeros y trataba de comprobar si la matrícula del vehículo (5945 FMC) era doblada. La onda expansiva, que arranco postes de luz y árboles de cuajo, alcanzó de lleno a una garita y al edificio de vigilancia, que se convirtió en un amasijo de escombros bajo el que quedó atrapado el guardia civil. Restos a medio kilómetro La explosión afectó a quince vehículos e incidió de pleno en la parte central del edificio militar, que se derrumbó sobre el patio. Todas y cada una de las ventanas, puertas y techos de la casa-cuartel saltaron por los aires. La deflagración provocó grietas en muros de carga del tamaño de un puño y un socavón en la calzada de tres metros de diámetro. Fue de tal calibre que los agentes recuperaron restos del coche bomba a casi medio kilómetro de distancia La lluvia de cascotes enterró al sargento del acuartelamiento, José Javier Cabrizo, y a dos agentes más (un hombre y una mujer) que dormían en la parte delantera del edificio. La fortuna quiso que la mayoría de los dormitorios estuviesen ubicados a las espaldas del cuartel. Los guardias sepultados lograron liberarse por sus propios medios, pero el sargento no. La Ertzaintza tuvo que movilizar equipos de rescate de alta montaña y unidades caninas para poder socorrer al superviviente y recuperar el cuerpo de Piñuel Villalón. Los efectivos policiales y los bomberos tuvieron que apuntalar primero el edificio para poder trabajar y escarbaron con sus propias manos para llegar hasta las víctimas. Necesitaron más de dos horas en liberar al sargento Cabrizo y casi tres para poder sacar los restos sin vida del agente fallecido. Cinco horas después del atentado, efectivos de la Ertzaintza encontraron en una pista forestal del cercano puerto de Urkiola, en la frontera entre las provincias de Álava y Vizcaya, el Peugeot 306 que los terroristas habían utilizado en el primer tramo de su huida. Según fuentes de la lucha antiterrorista, los etarras trataron de quemar el coche para borrar huellas con un sistema incendiario que falló. Los ertzainas, tras comprobar que el vehículo no contenía una bomba-trampa, entregaron el Peugeot a la Guardia Civil, que se ha hecho cargo de las investigaciones.

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