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La cara más dulce del monstruo

Publicado por
M. Romero - león
León

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Los dos extremos, el bien y el mal, conviven en la persona de Andrés Mayo. En la calle era visto como un monstruo temible desde que la opinión pública conoció que aquel joven de 22 años había violado y agredido sexualmente a, al menos, once mujeres en León y Asturias entre 1989 y 1990. Y que con casi 40 años había reincidido presuntamente en La Coruña, cometiendo como mínimo otros nueve delitos contra la libertad sexual. Pero en prisión sufre una metamorfosis que le transforma en un ser dócil, amable y entregado a los demás, como ocurre ahora en el centro penitenciario de A Lama, donde fue trasladado por su propia seguridad desde la prisión coruñesa de Teixeiro, donde su presencia no había pasado inadvertida entre el resto de reos desde que la jueza decidió su internamiento el 11 de agosto del año pasado. Lleva, por tanto, casi un año en prisión preventiva por los nueve delitos que se le imputan en Galicia, puesto que la condena anterior, de 106 años de cárcel, quedó totalmente extinguida con los 12 años de prisión que pasó en el centro penitenciario de Mansilla de las Mulas. Allí siguió un programa pionero en la reeducación de agresores sexuales. Hoy, la situación es muy similar a la que Andrés Mayo vivió durante su encarcelamiento en León hace 18 años. Tras ser detenido por agentes del Cuerpo Nacional de Policía, fue enviado a la prisión de Teixeiro. De esta etapa ha trascendido que Mayo se entregó en cuerpo y alma a los cuidados del preso José Aradas, un septuagenario acusado de matar a su esposa con una maza de albañil y arrastrarla hasta un monte, donde supuestamente la enterró. Mayo le sacaba a pasear, le hacía gestiones, incluso le bañaba. Se da la circunstancia de que el anciano padece una grave minusvalía, por lo que el apoyo del violador del chándal a este hombre fue visto entre los funcionarios del centro como «una buena acción» de un hombre con un comportamiento «ejemplar». Andrés Mayo vivió más de un mes en la enfermería de esta prisión para evitar, por un lado, que se autolesionase -en la prisión de León intentó suicidarse, cortándose las venas con una cuchilla- y, por otro, que el resto de internos puedan atacarle, puesto que se puede intuir el recibimiento que tienen los agresores sexuales en las prisiones. A principios de este año, Andrés Mayo fue trasladado de Teixeiro a la prisión pontevedresa de A Lama. Allí atiende y participa en la vigilancia de los internos con problemas de drogodependencia que se encuentran en el mismo módulo terapéutico que él, donde también hay otros agresores sexuales. Desde esta prisión se quiere mantener el más absoluto secreto sobre la situación de Andrés Mayo y ni siquiera se informa si el reo está sometido a algún programa de reeducación. Detrás de la cara amable de Andrés Mayo se esconde un ser antisocial, con graves desórdenes mentales y de personalidad. El único perfil psicológico que ha trascendido sobre Mayo -se hizo en 1991 para argumentar la sentencia condenatoria- le dibuja como un hombre «con alta desviación psicopática que actúa de forma impulsiva en periodos cortos, con tendencia a conductas antisociales que se alteran con fases depresivas». También «tiene tendencia a responder con impulsos extraños a las normas sociales, aunque las conoce y las comprende». Después de seguir el programa en Mansilla, se hizo una nueva valoración psicológica del interno, que concluyó: «Es incapaz de identificar la motivación que le había conducido a agredir sexualmente a las mujeres», advertencia que llegó ya en sus permisos penitenciarios.