MERCEDES Y JOSE | MATRIMONIO LEONÉS QUE ESPERA UNA ADOPCIÓN EN FILIPINAS | Testimonio | De León a Etiopía |
«Tenerlo tan complicado hace que deseemos más ser madre y padre» Una historia africana
Chiqui cuenta en primera persona el encuentro con su hija hace tres años en un orfanato de Addis Abeba, a donde piensa regresar con ella
Mercedes y José son una de las parejas leonesas que se han decidido por la adopción tras desistir de la maternidad y paternidad biológicas después de infructuosos y duros tratamientos de fertilidad. Están en la lista de espera de adopción nacional, pero confían más en el expediente internacional iniciado con Filipinas. Tenían tan claro el camino de la adopción, que ni siquiera las desventajas en las que abundó el curso de preadopción les desanimaron. Hasta que no sepan que su solicitud es admitida no quieren contar su sueño a la famili. -¿Por qué decidisteis realizar una adopción internacional? -Ante la imposibilidad de tener hijos biológicos, y teniendo muy claro que deseábamos tenerlos, decidimos intentarlo por otro camino, mucho más largo e incierto, pero a la larga más seguro (al menos eso pensamos) que los tratamientos de fertilidad por los que pasamos. Aunque ahora también estamos apuntados en adopción nacional nos decidimos primero por la internacional por los tiempos de espera. Actualmente en España vienen siendo entre 7 y 8 años desde que presentas la solicitud. -¿Por qué Filipinas? -Cuando empezamos a recabar información de los posibles países, la verdad es que nos daba igual, lo que queríamos era ser padres, así que nos decidimos por Filipinas básicamente porque aquí vimos más ventajas que inconvenientes y sobre todo por que la tramitación es muy clara. -¿Tuvisteis que acreditar que sois católicos? -Probar oficialmente no, pero el cura nos preparó una carta de recomendación nuestra primera experiencia. Preparar estos papeles fue la parte más pesada: necesitamos también una carta de unos amigos y de las empresas donde trabajamos. -¿Lo habíais intentado con otros países? -No, esta es nuestra primera experiencia. Miramos China, pero se ha puesto tan restrictivo que ni siquiera lo intentamos. -¿Esperais un niño o una niña y de qué edad? -No tenemos preferencia en cuanto al sexo, aunque en Filipinas la mayoría de los niños adoptables son varones. Sobre la edad queremos un niño de 0 a 2 años, pero ya sabemos que será mayor de 6 meses, allí esperan este tiempo por si la familia reclama al bebé. -¿Qué significa para vosotros ser padre y madre? -Yo personalmente siempre tuve claro que quería ser madre, tuviera o no pareja. Tanto a Jose como a mí (quizas algo más a él) nos encantan los niños y desde siempre nuestra idea era formar una familia. No podíamos imaginar tantas trabas, pero tenerlo tan complicado hace que lo deseemos aun más. Es un poco difícil explicar con palabras el sentimiento de lo que significa para nosotros ser padres, quizás sea un tipo de amor imposible de dar a otras personas, sólo a los hijos. -¿Que os preocupa y emociona especialmente de la espera? -Nos preocupa sobre todo la incertidumbre de no saber lo que pasa, cómo van todos los trámites. Un embarazo lo controlas, sabes en todo momento como va, pero esto, no. Primero, preocupación por el Certificado de Idoneidad, luego, cuando llegará el expediente al país, después, si lo aceptarán o no... todo el tiempo es un sin vivir. Y emociones muchas, todas. Este viaje de la adopción es como una montaña rusa, unas veces tienes los ánimos arriba del todo y la mayoría están abajo. -Y la espera se puede prolongar hasta 24 meses... -Aún no tenemos el expediente aceptado, llegó a Filipinas el 8 de agosto, esto es lo último que sabemos. Por otras parejas, sabemos que el tiempo de espera desde la aceptación hasta la asignación son unos 18 y 24 meses. El día 9 de octubre de 2005 comienza la historia más importante de mi vida. Volamos, mi hermana y yo, rumbo a Addis Abeba, capital de Etiopía, en el cuerno de África, a conocer a mi hija. Tras un viaje de casi 24 horas, desde la salida de León, llegamos a Addis con el cuerpo y la cabeza revueltos por tanto avión, y con la incertidumbre acerca de lo que pasaría en las próximas semanas, pues el camino de algo más de un año recorrido hasta ese momento, había estado lleno de sobresaltos y no tenía nada claro que fuese a tener un final feliz. El impacto que produce llegar a África es enorme, y aún más teniendo en cuenta que Etiopía es uno de los países más pobres del planeta. El aeropuerto estaba casi vacío ya que los etíopes no pueden viajar como nosotros. Un taxista nos recogió allí y nos condujo hasta el hotel, mientras teníamos una leve aproximación visual a lo que es la capital, pobre, muy pobre, con unas infraestructuras precarias, con cinco millones de habitantes, de los cuales un 90% viven en la miseria. Las calles apenas están asfaltadas, carecen de aceras, y la gente pide limosna en ellas a ambos lados. Se ven muchos niños pidiendo comida y ropa. Nosotras llegamos el lunes, el miércoles 12, día del Pilar. Fuimos a un orfanato con Allen, la persona que nos ha ayudado con los trámites, a conocer a la niña... quien había había llegado el día antes de otro orfanato en Harar, ciudad a 700 kilómetros al Este del país. Al entrar en el orfanato nos recibieron los gritos y las risas de numerosos niños, que enseguida quieren jugar con nosotros, nos piden globos y chicles. ¿Cuál será mi hija? Una niña muy negrita, con pequeñas trenzas, preciosa y con cara de traviesa, no para de mirarnos. Es Etsubdenk, que en amarico significa «Maravilla»; ¡no me extraña! Ella es mi hija. Algo le susurra la directora del orfanato y ella viene corriendo hacia mí para que la coja. Se agarra a mi cuello y ya no se suelta. Los sentimientos de ese momento no se pueden explicar: alegría, emoción, ganas de reir, de llorar, un nudo en la garganta, una sensación maravillosa y algo así como que aquella frágil niñita siempre hubiera sido mi hija. Los primeros días fueron duros porque aunque podíamos llevarla con nosotras durante el día, al anochecer teníamos que llevarla al orfanato, lo que nos hacía pasar un rato muy malo y más teniendo en cuenta que el orfanato estaba en pésimas condiciones y aún no teníamos un documento que la acreditase como hija mía. Por fin el sábado, Etsubdenk (a la que llamamos Raquel por eso de la pronunciación) se queda con nosotras y todo es mucho más llevadero. Los problemas de papeleo: asuntos sociales, inmigración, traductores, embajada, juzgados, etc. son puntos y aparte; porque allí todo es lento, desorganizado, primitivo, complejo, por eso esta aventura nos retuvo en aquellas tierras lejanas cuatro semanas que se nos hicieron eternas. En todo este tiempo conocimos a familias encantadoras que, como nosotras, iban a adoptar y con quienes entablamos una buena amistad. Estábamos en el mismo barco y juntos pasamos sinsabores, alegrías y sobre todo momentos estupendos, porque en este país todo lo malo es muy malo y todo lo bueno es muy bueno. En su favor hay que decir que los etíopes son personas muy tranquilas, pacientes, amables y muy cariñosas con los niños. La gente que conocimos en este tiempo nos trató muy bien y la recordamos con cariño. Por fin, el 5 de noviembre volvimos a España, donde comenzamos una nueva aventura. Cuando Raquel crezca y sea mayor volveremos a Etiopía, para que conozca su país natal, que es muy hermoso, de paisajes variopintos: áridos, verdes, con grandes lagos y cataratas, llena de historia y con el orgullo de no haber sido conquistada.