El adiós en las manos
Con el adiós en las manos, se nos ha ido Antonio Pereira. Como en el último retrato de Pepe Carralero. Unas manos que se agarran temblorosas y pálidas a la cayada, compañera de los últimos años. Quién sabe si la cayada no era la domesticación vegetal de una hermosa rama de aquel peral berciano que daba Las peras de Dios . En esta mañana de una primavera leonesa, remolona y fría, deja Antonio Pereira este valle de lágrimas para encontrarse con los personajes de sus cuentos que, gozosos, lo esperan en la otra orilla. A buen seguro, la abuela de Obdulia (la bella adolescente muerta en Obdulia, un cuento cruel ) recogerá de nuevo un brazado de camelias, aromáticas y frescas ahora, para que Antonio Pereira repose su cabeza y, sobre todo, su fatigado corazón. El escritor le recordará la belleza de las tierras bercianas y los últimos perfiles de la Legio VII, con el primer verdor de los árboles de Papalaguinda contemplados desde su ventana. Queda sin embardo en esta orilla de los recuerdos la tristeza de Úrsula, amada eterna de tiempos y paisajes cada vez más lejanos.
Lo que más le gustaba a Antonia Pereira no era escribir, sino haber escrito. Tal vez ahora, en el silencio del Más Allá, también le guste-¦ no vivir, sino haber vivido. Por ello, querido Antonio-¦ Sit terra tibi levis . Es lo mejor que podemos desearte.