Amigo y maestro desde los orígenes
No por esperada ha sido menos dolorosa para mí la muerte de Antonio Pereira. La enfermedad lo perseguía en los días en que celebramos en León el Congreso Nacional de Escritores; pero, unos días después, lo encontré animado y genial como siempre durante la comida anual de los Leoneses del Año. Me resulta difícil escribir en esta hora sobre Antonio. En primer lugar, porque hay sensaciones y sentimientos para los que no sirven las palabras, porque hay silencios hermosos. En segundo lugar, porque acaso repitiera cuanto ya he dicho en otras ocasiones de la amistad y del magisterio de este escritor, el más valioso de los fabuladores españoles de estos momentos.
Escribiría, por ejemplo, que me inicié como crítico literario, a los veinte años, en El Adelanto Bañezano con el comentario de Del monte y los caminos, un libro de poemas de Antonio. Y, poco después, hice el comentario de su libro de cuentos Una ventana a la carretera. Me repetiría también al recordar que mi carrera literaria comenzó gracias a Antonio Pereira, cuando en 1968, éste le hizo una llamada telefónica a mi madre para comunicarle que me acababan de conceder el primero de mis premios al que habría de ser el primero de mis libros, Poemas de la tierra y de la sangre . ¡Y cuánto bromeó Antonio con aquella llamada, pues yo (al margen absolutamente del premio y de su concesión) me había ido a «escuchar la banda de música a la plaza mayor de La Bañeza».
Pereira entrañable. Como María Zambrano, un escritor que tenía el gran don de escribir como hablaba y de hablar como escribía. Pereira, mi maestro y el maestro de todos los escritores de León que le seguimos detrás. Pereira, antes persona que escritor. Pereira, nunca endiosado siempre independiente y, por ello, doblemente creador. Descansa en paz, Antonio. Has muerto en tu tierra. Los montes de El Bierzo ya avanzan para acogerte en su seno. Lloran los castaños en los valles de la Tebaida berciana.