Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

Antonio Pereira ha muerto

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VICTORIANO CRÉMER
León

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DIGO Y PUNTO: Antonio Pereira ha muerto. Era el más importante y mejor de los escritores y poetas de todos los tiempos.

No de Villafranca, aunque ésta fuera su tierra prodigiosa, sino de todo un mundo que precisamente no solía apreciar en su justo valor la dimensión intelectual, sensible y sentimental de este personaje, aparentemente cohibido y discreto, que andaba por el universo mundo con la carga gloriosa de sus prosas y de sus versos.

Cuando conocí al Pereira que llevo clavado en el alma, ya estaba yo más o menos -"siempre más menos que más-" intentando emular a los clásicos.

Habíamos acogido, con más ilusión que certezas, uno de aquellos Juegos Florales en los que los ayuntamientos buscaban aire puro para respirar y entre los aspirantes a galardones y diplomas, aparecía un muchacho de gesto seguro, por más que emocionado.

Y al serle correspondido el momento de justificar su titulación, recitó o leyó un soneto, que, Dios me valga, me pareció un milagro.

A este encuentro obligado siguieron después muchos más con intervenciones oficiosas en la Vila-Franca del poeta recién descubierto.

Y aquel Pereira de verbo contenido y de corazón abierto, fue el Capitán de la resplandeciente Fiesta de la Poesía.

Treinta años, uno tras otro, dieron lugar a que la Alameda villafranquina se llenara de ritmos y metáforas.

Y a que el llegado como de acarreo para unas Justas se convirtiera con el tiempo en el poeta más importante de la época y de los poetas vivos emergentes siempre.

Luego, aquel muchacho enamorado de su propia devoción, sacó libros de cuentos y novelas de acomodo y nuevas antologías poéticas que sirvieron para reforzar la admiración y el afecto que supo imponer a su alrededor.

Hasta que llegó a este sábado del año infeliz del 2009 y el grandísimo poeta y el novelista de gran aliento y el milagrero creador de mundos diferentes, sintió que algo se le clavaba en el alma y se dejó morir.

Y no se me ocurrió otra condolencia que la inspirada por mi cariño: «Coño, Antonio, mira que te tenía dicho que no te murieras tan pronto y que esperaras a que yo inaugurara el trance para que tú me dijeras unas pocas palabras de despedida final».

Ya te has alejado de mis rutas tan transitadas y no sé a quién voy ahora y sin ti a pedir alivio y emoción.

Los amigos, las gentes que te conocen y te quieren reclaman, exigen, tus restos para tenerlos diariamente al alcance del corazón. Y serás cubierto de mármoles y flores en tu Villafranca.

Y yo me sentiré mucho más solo y sin tu compañía y tu consejo, cuando me destinabas unas pocas palabras brillantes para anticipar los versos míos, siempre a tu sombra benéfica y a tu amistad.

Y me recito aquel poema que escribiste precisamente para recordarnos:

«Desarmado para la protesta porque / ¡qué sabes tú, infeliz, / de derramar carbón o clavos en la carretera / la intersección mejor para cortarlas / y la conminación de los tenientes / tú de muñecas delicadas / para encadenarte a las verjas de los consulados / mejor la huelga de silencios...»

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