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| Crónica | Con la droga, ni soñar |

«Ese diablo es difícil sacarlo, estoy orgullosa»

Una mujer de 43 años cuenta su experiencia: tras once años rehabilitada encuentra un trabajo a tiempo parcial

Publicado por
A. Gaitero
León

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El día que Marina se atreva a decir públicamente su verdadero nombre sin temor a ser rechazada, estará integrada totalmente. «Pero esa parte, recuerda Víctor Díaz, «ya no depende de ella, sino de la sociedad». Esta mujer de 43 años, dicharachera y cariñosa, puede parecer todo menos una persona que haya tenido problemas con las drogas.

Su relación con la heroína, primero fumada y finalmente inyectada, la lleva está escrita en los brazos, aunque nadie, salvo ella, lea sus huellas. Fueron nueve años, «un infierno» hasta que «toqué fondo y excavé aún más abajo» antes de tomar la decisión de incorporarse a un programa de rehabilitación en Proyecto Hombre de León.

«Me enamoré, me fui a Madrid con él y cuando llegué allí me di cuenta de que estaba enganchado. Me terminó arrastrando. Él murió de sida y yo volví a León con la idea de que me lo quitaba, pero no... Conocí a mi nueva pareja en la calle, me vendía droga y yo también vendía de vez en cuando para pagarme el consumo, porque en ésto o vendes, o robas o te metes puta...» No se puede ser más explícita.

Cuenta Marina que a su novio, que estaba en libertad condicional, le «dieron un toque» desde Instituciones Penitenciarias: «O dejaba de vender o le retiraban la condicional». Así que se metió en Proyecto Hombre y le pidió a ella que también entrara. Al principio se negó, pero finalmente tuvo que admitir que «sola no era capaz de dejarlo». Y entró a por todas.

En aquellos tiempos, hace ya once años, «nos hacían pasar el monazo a pelo, con unas tisanas y poco más, no es como ahora...», recuerda. No se le olvida lo duros que fueron aquellos días, pero lo importante es que «lo conseguí y no he vuelto a consumir».

Se ha hecho a la idea de que la droga «es el diablo» porque «no eres tú, yo de pequeña era una niña de lo más buena y terminé robando a mi madre, aunque no quería, pero me lo hacía hacer». Marina se siente una «superviviente» y no oculta su orgullo por haber conseguido vencer la adicción: «Estoy orgullosa porque es muy difícil salir».

Pero la batalla contra la droga no hay que librarla sólo en los programas terapéuticas, la verdadera lucha, recuerda, empieza «cuando sales a la calle a poner en práctica lo que has aprendido, a integrarte, y te ves con 35 años y te das cuenta de que has perdido un tiempo precioso mientras estuviste enganchada...»

Porque, como dice Marina y corrobora el responsable de integración del Plan Municipal sobre Drogas, «una cosa es estar rehabilitada físicamente y otra integrarse». A esto último es lo que le iban a ayudar, le dijeron en Proyecto Hombre, en el Plan Municipal sobre Drogas de León cuando estaba en la última fase de la rehabilitación.

Marina entró por primera vez a la oficina del PMD hace una década, cuando apenas se acababa de estrenar el programa de integración. Desde entonces, ni ella ni su pareja han perdido el contacto. Empezaron aprendiendo a redactar un curriculum («el de él estaba vacío, no había nada que poner, en mi caso fue más fácil, había trabajado antes»), pero la idea de asentarse en León se les hacía cuesta arriba. Decidieron irse a vivir al pueblo «porque en la ciudad me daba miedo volver a caer, fuimos a escondernos» del temor a recaer.

Tras realizar diversos trabajos esporádicos, un día les volvieron a llamar del Plan Municipal sobre Drogas para que su pareja participara en un curso, que fue una puerta abierta a un trabajo temporal en el Ayuntamiento de León.

«Víctor siempre nos decía lo mismo: tenéis que venir, hay que enfrentarse al reto de buscar un trabajo y tenía razón», agrega Marina. Ahora ambos realizan trabajos en diferentes empresas de limpieza, viven durante la semana en León y el fin de semana se van al pueblo.

«Lo que gano ahora en un mes antes me lo gastaba en cuatro, pero da gusto hacer lo que quiero, vuelves a vivir otra vez aunque siempre te quedan remordimientos por lo has hecho pasar a la familia que es, quien aparece en los momentos difíciles», señala Marina. Antes había noches que soñaba con la droga, «ahora sueño que me lo ofrecen y digo que no».

La rueda sigue dando vueltas en la oficina de integración del PMD. Por segundo año consecutivo, se ha organizado un curso de formación ocupacional para trabajar de manera integral con personas drogodependientes que aún no es conveniente que sean lanzados al mercado laboral.

Y es que, como recuerda el técnico, «el empleo no siempre es lo más indicado: a veces la disponibilidad económica es contraproducente porque no se trata tanto de tener dinero como de saber tenerlo».

En el último curso participaron seis personas y se trabajó en dos niveles, el ocupacional y el prelaboral.