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Menos feliz que una perdiz

Los tratamientos contra el topillo tuvieron un importante impacto en otras especies, según confirman ahora cetreros, cazadores, biólogos y científicos. Las perdices no emparejan, las poblaciones de liebre están diezmadas...

Publicado por
M. Romero
León

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Son, por decirlo de algún modo, los efectos colaterales de la guerra contra el topillo. Muchas especies de campo y monte se vieron dañadas por los venenos utilizados indiscriminadamente en la tierra y, sobre todo, por la fecha en la que fueron esparcidos. La explosión demográfica del topillo provocó, de forma más directa que indirecta, la aniquilación de buena parte de las perdices hembra en muchos cotos de caza. Se da la circunstancia de que la perdiz, en época de nidificación, ingiere grandes cantidades de grano como aporte proteínico, grano facíl de confundir con el veneno utilizado para matar a los topillos. Al colapso de la población de hembras se suma el hecho de que muchas de ellas han quedado estériles -”los análisis sobre su aparato reproductor concluyen que cuatro de cada seis hembras no podrán reproducirse-”, como confirman los análisis realizados por los socios de uno de los mayores cotos de caza (5.000 hectáreas) de Tierra de Campos. Por lo tanto, es fácil ver bandadas de seis o siete machos solos y, sin embargo, muy pocas parejas. Los machos, además, son muy hostiles con los nidos ajenos, por lo que es fácil que frustren varias polladas. Si esto ocurre así, «las poblaciones de perdiz tardarán años en recuperarse», augura Pedro Vizcay, responsable de la sección Caza y Pesca de este periódico.

Las liebres también han sido otra de las especies más perjudicadas por la dispersión de venenos. El 39% de los cadáveres analizados por el CSIC tenían restos de veneno en el hígado. Al consumo de carne de liebre se atribuye el brote de tularemia que afectó a decenas de personas en la etapa de máxima expansión de la plaga. Esta circunstancia se ha convertido en un verdadero drama para muchos cotos de caza, que han tenido que suspender la temporada en la primera jornada. «Montes donde cada año se cogían entre 500 y 600 liebres, el primer día de temporada se ha matado solo una», recuerda Vizcay. Ningún departamento de la Junta ha valorado el impacto que han tenido sobre la biodiversidad sus actuaciones contra el topillo, pero aficionados a la cetrería también subrayan la afección que padecieron muchas aves rapaces por consumir topillos envenenados, como ocurrió con el cernicalo o el busardo ratonero. Es precisamente la notoria presencia de este tipo de aves sobre los campos de Los Oteros lo que ha llevado a pensar a sus vecinos en un nuevo brote de la plaga.

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