Reportaje | marco romero
«Una mujer pone un proyectil como cualquier hombre»
La soldado Cristina Santos Pérez defiende el papel femenino en las Fuerzas Armadas y relata cómo concilia su trabajo y su vida familiar
Antes de ser la soldado Cristina Santos Pérez, trabajaba en una conocida factoría de congelados. «Cualquier trabajo de la calle es mucho más duro que éste», afirma cuando se refiere a su condición militar. «En la fábrica hacía un trabajo en serie y aquí cada día haces cosas nuevas. Y yo, como no sé estar quieta, pues me gusta mucho». Esta mujer de 30 años, casada y con una hija de cinco meses se incorporó al Ejército en septiembre del 2006 «por vocación». «Me gustaba y entraba dentro de mis posibilidades. De hecho, si mi marido se llega a dar cuenta antes de lo que es esto también lo hubiera intentado. Por un año, no pudo».
Cristina consiguió en el Ejército uno de sus sueños -”«no lo olvidaré jamás»-”, como fue participar en una misión de paz en el extranjero. Fue desplazada hasta Base España (Istok, norte de Kosovo), donde las Fuerzas Armadas tienen una zona de actuación unos 470 kilómetros cuadrados. En esencia, trabajó para que la población de esta comarca mejorara sus condiciones de vida. La aportación española ha permitido acondicionar carreteras y líneas eléctricas, canalizaciones de agua y reforma de colegios. Además, desde el comienzo de la presencia de los militares españoles en Kosovo se puso en marcha el Programa Cervantes para el aprendizaje del castellano por parte de los kosovares. «Entre otras cosas yo recogía los paquetes que mandaban los familiares de los compañeros y luego los repartía», recuerda.
Fue en abril del 2008. Antes de partir hacia esta conflictiva zona donde, admite, aún se mantiene una manifiesta tensión social, siguió un proceso de instrucción. «Nos propusieron ir a toda la batería y fue una buena idea. Para mí era otra experiencia nueva, aunque a la familia no le hiciera mucha gracia que fuera a un lugar que consideraban peligroso». Después de la instrucción, tuvo 15 días de vacaciones. Y ahí cambió toda su vida. Volvió a Kosovo sin saber que empezaba a estar embarazada. La mejor noticia de su vida en el peor momento, puesto que las embarazadas no pueden participar en misiones de paz. «Estuve 50 días de los cuatro meses y tengo que decir que me llevé un disgusto tremendo. Además, tuve que informar a mi familia de todo por teléfono y eso le quitó gracia», confiesa.
La hora de la lactancia. Hoy es una flamante y orgullosa madre que compatibiliza su trabajo con su vida familiar «de una forma muy llevadera», afirma. Hace tan sólo un mes que se ha reincorporado al Raca 63 con sede en la Base Conde Gazola del Ferral del Bernesga. Desde entonces ha podido hacer uso de las medidas implantadas por el Ministerio de Defensa para estimular esa conciliación. Cristina tiene posibilidad de flexibilizar el horario de trabajo para atender a su hija, también puede reducir su jornada laboral o beneficiarse de excedencias para el cuidado de la pequeña, aunque son beneficios condicionados a las necesidades del servicio. En su caso, ha pasado a formar parte del personal de oficinas «para llevar el papeleo», dice sin mucho entusiasmo, porque lo que le gusta a ella es la acción. De momento, agotará todas las ventajas que le ofrecen las Fuerzas Armadas hasta que su hija cumpla un año, plazo en el que tiene permitido ausentarse una hora diaria para lactancia, tiempo que puede dividir también en dos fracciones o acumularlo para una jornada completa.
Larga pero feliz jornada. Su día empieza muy temprano. A las siete y media de la mañana ya ha llevado a la niña bien a casa de su madre o a la de su suegra, que la cuidan hasta que ella o su pareja salen de sus respectivos trabajos. A las ocho y media entra en la base y forma con su batería -”como referencia, hay 15 mujeres y 70 hombres-”. Hace los primeros ejercicios del día, un descanso y entra en la oficina. Dentro de la Plana Mayor, está destinada a la Batería de Armas. «Hago la vida militar igualmente, sólo que en vez de cambiar piezas o aceite al 105 [se trata del obús remolcado con el que trabajan los soldados del Raca] llevo papeles». Desde su punto de vista, en el Ejército existe un mismo trato para hombres y mujeres. «Una mujer pone un proyectil igual que cualquier hombre», sentencia.
Años después de que las Fuerzas Armadas abrieran las pruebas de acceso a las mujeres como militares profesionales de tropa y marinería, esta institución se ha convertido hoy en una de las más avanzadas de los países del entorno europeo en lo que se refiere a la incorporación de la mujer a filas. La participación del personal femenino en unidades de combate, sobre todo en primera línea, es una de las cuestiones que aún se debaten en países avanzados. El Ministerio de Defensa español, en este sentido, admite que la «menor fuerza física y la influencia negativa que puede tener sobre la moral de sus compañeros si alguna cayera herida o muerta en combate» siguen siendo algunos de los argumentos utilizados por lo que están en contra de la presencia femenina en estas unidades. Frente a ello, las cifras: ya uno de cada nueve militares españoles es mujer. En el campamento del Ferral, según los datos recabados por este periódico, el mayor rango conseguido por una mujer es el de teniente.
Cristina no tiene mayor ambición que disfrutar de la felicidad de su hija, con la que realiza numerosas actividades por las tardes, caso de nadar, uno de sus hobbies . «No hago guardias ni servicios y si hay actividades fuera tampoco voy», comenta la soldado. No se plantea abandonar este trabajo «porque da estabilidad». Sólo lo haría si encontrase uno mejor y relacionado con sus estudios universitarios de Trabajo Social, que ha ido completando en el Ejército con cursos de formación y con varios carnés para conducir vehículos de peso. «La cosa es que siendo funcionario tienes todos los derechos garantizados», reconoce.