Diario de León

Reportaje | R. Gorriarán

Atrapados en laberintos

La crisis económica y el caso Gürtel lastran los movimientos de Zapatero y Rajoy para conseguir liderar con claridad la iniciativa política este otoño

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¿Qué acabó con el último Gobierno de Felipe González, la crisis económica, escándalos como Filesa o Roldán o la suma de ambos? Los socialistas, sobre todo aquellos que vivieron la debacle en primera persona, siempre señalaron a la situación financiera del país como la gran culpable. También parecía creerlo así Mariano Rajoy cuando, a comienzos de la legislatura, optó por una política de oposición pasiva convencido de que la recesión que se avecinaba se llevaría por delante al líder socialista. Ahora que las sospechas de corrupción salpican casi a diario a sus propias filas, la máxima está en cuestión. Ni el PP saca ventaja de la situación económica, ni el PSOE rentabiliza la debilidad interna de su adversario.

Como en una de las más famosas pinturas negras de Francisco de Goya, El duelo a garrotazos, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy son dos hombres provistos de gruesas estacas pero con la movilidad fuertemente reducida como consecuencia del fango que cubre sus piernas hasta las rodillas. Socialistas y populares son prisioneros de sus desdichas. Cierto es que la oposición aventaja en intención de voto al partido gubernamental, las encuestas oscilan entre los dos y cinco puntos a favor del PP, pero también es verdad que si el PSOE dobla indemne el cabo de las tormentas presupuestarias tendrá viento de cola hasta las elecciones.

El primero que se atrevió a poner voz a esta situación fue el ácido y directo presidente fundador del PP, Manuel Fraga. En el Comité Nacional que su partido celebró a principios de octubre demandó un análisis sobre un hecho que se repite sondeo tras sondeo del CIS: incluso en los peores momentos para los socialistas -”perdió las elecciones gallegas en marzo y las europeas en junio-”, la valoración de Rajoy como líder está bajo mínimos y es inferior a la de Zapatero, que nunca había despertado tantos recelos como ahora. El veterano político vino a decir que con la que está cayendo para el Gobierno mal anda el PP si su ventaja sobre el PSOE en expectativas de voto es de tres o cuatro puntos.

El PSOE identifica las flaquezas del contrario. «Cuando un partido vive un escándalo como el del Gürtel acaba por descomponerse: pierde todas sus fuerzas mirándose al ombligo, intentando resolver los problemas internos y en conteniendo el aliento a la espera de qué será lo siguiente; lo sé porque a nosotros nos pasó», dice una dirigente de la ejecutiva federal.

Nada de esto es un consuelo. Primero porque las encuestas demuestran que los ciudadanos están hastiados de la clase política en su conjunto. Pero, además, porque en las filas socialistas no hay ánimos para sacar pecho. Empieza a cundir la sensación de que Zapatero ha quemado etapas mucho antes de lo que lo hiciera González y tras cinco años en La Moncloa ya sufre un fuerte desgaste. Hace demasiado que las medidas económicas por la crisis dejaron de ser útiles para recuperar la iniciativa política y está por ver que lo sean para la economía.

1397124194 Actitud defensiva. El propio jefe del Ejecutivo ha abandonado su hasta ahora incombustible optimismo. Esta misma semana admitía resignado que la recuperación «no está asegurada» y mucho menos la del empleo. Y, mientras, tiene a sus ministros y a los principales valores políticos del partido, en actitud defensiva, de campaña por España para explicar unos Presupuestos que, amén de una reforma fiscal que afecta a ricos y pobres, clases medias, altas y bajas, incluía un tijeretazo en las partidas dedicadas a investigación y las educativas que ha puesto en pie de guerra a nichos de votantes socialistas.

En condiciones normales, cualquier líder de la oposición se estaría frotando las manos. Los populares tienen sus pequeños momentos de satisfacción. Este martes salieron ufanos del Congreso tras la victoria dialéctica de su líder frente a la vicepresidenta segunda, Elena Salgado. Fue un triunfo real, reconocido por los diputados progubernamentales, pero tiene un tufillo pírrico.

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