mesa redonda | asunción castro, helena fidalgo y maría antonia suárez
«Los paisajes, como las personas, sólo mueren cuando los olvidamos»
Tres mujeres absolutamente brillantes, las profesoras Asunción Castro, Helena Fidalgo y María Antonia Suárez, recorrieron la Tierra mal bautizada de Jesús Torbado, La Cabrera de Ramón Carnicer y La montaña de Julio Llamazares, sin moverse de la mesa redonda convocada ayer por el Congreso de Literatura Leonesa Actual.
Asunción Castro hizo revivir al público las angustias de un viajero empedernino llamado Jesús Torbado por Tierra de Campos. Y reflexionó cómo el periodista y escritor cae en la cuenta de que «la tierra seguirá siendo la tierra y los hombres sus esclavos». Un viaje que es un itinerario doloroso, un viaje circular para volver al punto de partida.
Helena Fidalgo hizo una defensa numantina de Carnicer, injustamente vilipendiado tras la publicación del libro D onde las Hurdes se llaman Cabrera. El libro es el relato del viaje que el escritor hace a pie en 1962 por esta comarca. El título es un guiño a otro viaje, el que realizó Alfonso XIII a las Hurdes en 1922. Donde las Hurdes se llaman Cabrera es el comienzo de la obra literaria de Carnicer, un libro que no es entendido ni por los habitantes de esta comarca ni por las autoridades. Sin embargo, según Fidalgo, Carnicer llegó a confersar que, desde entonces, La Cabrera sería ya para siempre su inseparable compañera de viaje. «Quería rescatar del olvido una región y a sus habitantes» y lo hace «con sutileza»; la crítica «nunca es despiadada», porque la modera con humor, ternura e ironía. Carnicer, que en opinión de Fidalto tenía «un sentido muy hondo de la verdad», volverá en varias ocasiones a La Cabrera, donde comprueba que algunas carencias se han solucionado, pero, por contra, se ha despoblado y el paisaje ha sido degradado por las explotaciones de pizarra.
María Antonia Suárez habló de pueblos envejecidos, de tiempo lento y de aquellos filandones en los que la palabra es un bálsamo contra el olvido, de una civilización acostada en cama de paja y de un mundo que ya es arqueología, para «pintar» el paisaje de la infancia de Julio Llamazares. «La montaña de Llamazares es una montaña vivida y añorada, en la que el fuego de las largas noches unía más que la amistad o la sangre».
Según María Antonio Suárez, Llamazares tal vez se hizo escritor para rescatar del olvido los escenarios de la infancia. «Los paisajes de Julio son bosques de recuerdos», porque, como escribió el autor de Luna de lobos , «mis recuerdos están todos impresos en la nieve». Su obra, destacó Suárez, «está protagonizada por un mundo que desaparece». En este sentido, concluyó que «los paisajes, como las personas, sólo mueren cuando los olvidamos».